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La ruptura – Por Sergio García de la Cruz

   

La crisis también afecta a la ruptura de parejas. Separarnos sale demasiado caro para hacerlo y, de momento, aguantamos hasta que salgamos de la crisis. Esto, que puede parecer una necedad, no lo es tanto y está ocurriendo.

A veces nos preguntamos dónde está verdaderamente el secreto de una relación duradera. Lógicamente, son muchos los factores que contribuyen a la buena marcha de la relación, pero, si tuviéramos que destacar uno básico, esencial, éste no sería otro que la amistad.

A lo largo de nuestra existencia nos marcamos metas. Todos las tenemos, sin excepción y en esa batalla por su consecución, necesitamos alguien a nuestro lado que nos apoye, que nos empuje hacia delante, y que esto sea recíproco. Es importante compartir la vida con alguien así.

Los problemas que surgen (por ejemplo, el desempleo) por si solos no son el causante de una ruptura. Son simplemente el desencadenante de que se acabe rompiendo una relación que ya se tambaleaba antes.

En estos casos, los hijos a veces se convierten en el eslabón más débil, contra el que cargan ambas partes. Unas veces se descarga sobre ellos la frustración por la separación, otras se les transmite el odio hacia el otro progenitor con el deseo de que ellos también lo odien… No seamos crueles, llevémoslo lo mejor posible: tratemos de que no haya conflictos y procuremos que la vida de nuestros hijos no se vea demasiado alterada. Si sus padres se llevan bien y son felices, los pequeños también lo serán. En cualquiera de los dos hogares deben ver armonía. Y si hay conflictos, hagamos uso de la mediación familiar, eso sí con un espíritu abierto.

No nos engañemos, cuando se produce una ruptura todos sufren. Unos más que otros, cierto, pero siempre existe sufrimiento. Ahí podremos ver si la otra persona fue feliz junto a nosotros. Los enamorados (al menos durante un tiempo) sufrirán por las expectativas frustradas. Otros, en cambio, lo único que verán es cómo se rompe su orgullo y unas expectativas frustradas, pero no de amor, sino de interés propio. La reacción de la persona que suplica por volver a veces sobrepasa los límites, ya no se trata del querer que vuelva para ser felices juntos, sino del no ser infeliz sin ti, entre ambos hay una gran diferencia. Dejemos aflorar nuestros sentimientos, pero escuchemos y respetemos, tal vez ha llegado el momento de retirarnos. Nunca olvidemos que las retiradas no son derrotas, al contrario, es la batalla más grandiosa de todas las que podríamos ganar; es nuestra propia batalla.

No podemos exigir el amor de nadie, solo dar buenas razones, porque, al fin y el cabo, el amor no es aquello que queremos sentir, sino aquello que sentimos sin querer.

Dice Javier Marías, en su obra de los enamoramientos que el amor jamás termina de golpe, ni se convierte instantáneamente en odio, desprecio, vergüenza o mero estupor. Hay una larga travesía hasta llegar a esos sentimientos sustitutorios posibles. Hay un accidentado periodo de intrusiones y mezcla, de hibridez y contaminación. El enamoramiento nunca pasa del todo mientras no se pase por la indiferencia o, más bien, por el hastío.

www.sergiogarciacruz.com