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Santa Cruz: ciudad vallada – Por Miguel L. Tejera Jordán

   

Santa Cruz de Tenerife es una ciudad vallada, sitiada por las vallas, para entendernos. Las hay metálicas y plásticas, amarillas y azules, adornadas (o no) por las cintas de advertencia de peligro que las circundan. Están por todas partes. En cada calle, acera, plaza, esquina. Cercando edificios ruinosos y edificios no tan ruinosos, pero que han sufrido algún tipo de deterioro en sus fachadas. Hay vallas hasta en la sopa. El Ayuntamiento debe poseerlas por kilómetros. Vallas kilométricas guardadas en almacenes municipales. Y especialmente diseñadas para circunvalar paredes con desprendimientos, tejados rotos, balcones corroídos por el óxido, ventanas deterioradas por la humedad. Y que muestran hierros descarnados por la aluminosis. Hay vallas vallando edificios en El Toscal, en las ramblas, en la calle Salamanca, en la de Viera y Clavijo, en vías muy céntricas de los muy céntricos barrios del Plan Urban. Pero también están presentes en los barrios. Son una plaga, ¡qué digo, la plaga! Por haber vallas, las hay hasta rodeando un quiosco de prensa en el corazón de la ciudad. Está en las inmediaciones de los colegios Hispano Inglés y La Pureza. Vallado, por supuesto, rodeado por vallas plásticas de color amarillo y una cinta de advertencia de peligro que llevan allí (valle y cinta), la intemerata. Los turistas creen que es una escultura en la calle, que compite con El guerrero de Goslar, de Henry Moore, donado a esta ciudad tan simpática por el insigne escultor anglosajón… El quiosco es un regalito municipal de mal gusto y pésima gestión corporativa. No sólo el quiosco. También las vallas, un peligro para peatones y conductores. El día menos pensado ocurre una desgracia y nuestro alcalde y concejales se lavarán las manos. Y ocurrirá una desgracia porque, con tanta valla cercando las aceras, la gente se baja de las mismas y accede al asfalto de las calles. Y un coche, un camión, un conductor despistado, le puede puede pisar un callo a un vecino. Y recemos para que sea un callo. Porque, si el atropello pasa a mayores, a ver que politiquillo del consistorio es el guapo que responde de los daños personales (tal vez irreversibles) ante la Justicia.

Se comprenden las vallas cuando se genera una emergencia. Una tormenta de viento y fuertes aguaceros justifican el vallado. Pero que pasen meses, ¡qué digo, años! Y que las vallas sigan en el mismo lugar, sólo puede calificarse de negligencia municipal, tal vez rayana en responsabilidad penal. Y de las de cárcel. Que tal y como está el patio, de los juzgados no se salva ni la infanta. (A Dios gracias).

Mucho plan general, mucho ordenar edificios fuera de ordenación, mucha zarandaja y gilipollada.

Habrá que vallar el Ayuntamiento.

Para mantener a raya tanta memez y tanta rascadera de bolsillos… De nuestros desentendidos figurines… Tan dados a las fotos de la pasarela de modas.