Cuándo el recién fallecido Adolfo Suárez apareció en la vida pública de los españoles, un servidor caminaba por la calles, desde hacÃa más de tres años, con los carnés del PSOE y la UGT en el bolsillo. De la mano del rey Juan Carlos, Adolfo Suárez tomó las riendas de la polÃtica española, y, como caballo desbocado, se lanzó a la conquista de la libertad. Puede que por egoÃsmo o lucidez, el hombre que marcó las pautas de la transición sabÃa que tanto el rey como él mismo deberÃan encabezar un nuevo régimen que rompiera con las amarras de la dictadura franquista.
Alguien puede pensar que se trata de un desvÃo cerebral, pero aquella izquierda española de la transición está más agradecida de Adolfo Suárez que la derecha, y no digamos nada de la ultraderecha, falangistas y franquistas. De hecho, tanto Felipe González como Santiago Carrillo, terminaron aceptando las promesas de Adolfo Suárez, de encaminar a los españoles hacia el nuevo régimen de libertades.
En la visita oficial de Adolfo Suárez a Canarias, convocó en el Gobierno Civil de Tenerife a una representación de los sindicatos más representativos, UGT y CC.OO., y un servidor formó parte de aquella delegación. Varios detalles me llamaron poderosamente la atención del que llegarÃa a convertirse en artÃfice de la llegada de la libertad y la democracia. Una primera es que fumaba como un carretero; una segunda, el porte seductor de hombre galante y carismático; y una tercera, la convicción y entrega que imprimÃa a sus palabras. Salà de aquella reunión plenamente convencido de que aquel hombre era más de izquierda que de derechas, muy a pesar de su pasado por las instituciones franquistas.
A pesar de las debilidades y claroscuros del marco constitucional, será Adolfo Suárez, con la complicidad del rey Juan Carlos, y no al revés, al que debamos rendir el homenaje por las reformas polÃticas y primeras elecciones libres. Dondequiera que estés, Adolfo Suárez: ¡gracias de corazón!
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