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Carta abierta -privada- – Por Ramiro Cuende Tascón

   

Mi paso por la política, por más que pese a algunos, fue una experiencia inolvidable, por muchos motivos. Muescas en el cerebro, gracias a la vida, pocas. Decepciones en el alma, algunas. Amistades, las justas. ¿Libros? Pocos o ninguno. ¿Qué me llevé? Un saco de experiencias y conocimiento que solo es posible adquirir si uno da el salto a la palestra, en mi caso sin red ni padrinaje, y se adentra en este importantísimo mundo del ejercicio y la práctica política. En cualquier caso, sigo sorprendiéndome por las mañanas, a pesar de la experiencia que cargan mis espaldas. Quiero suponer que va de suyo. El otro día una amiga a la que adoro y que las está pasando canutas, por fiarse de granujas indebidamente, me dijo algo que yo una vez creo haberle dicho a un juez que tenía un arcón en su despacho… ¡Usted me castigará por tonto, nunca por ratero! Ella me dijo, ¿sabes lo que he dicho hoy en una esperada reunión? Pues, casi lo mismo. Oyes, escucha, puede que me haya equivocado, que haya sido idiota, lo que nunca he hecho es mangar. Reza en un proverbio chino, les dijo. La primera vez que me engañes la culpa será tuya, la segunda será mía. Así ha sido, las siguientes fueron producto de la ingenuidad. En ese esperado encuentro de mi igual, pasó lo que tenía que pasar y no tiene vuelta de hoja. El engaño, la trapisonda y la mentira son malas compañas, si a eso le sumas una máxima de Nietzsche que dice “lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creerte”, la cosa se cae por gravedad. Cuántas lágrimas y decepciones quedan en el camino, cuantas personas en la cuneta por no haber tenido algo de hidalguía, si se quiere, aunque avergüence, de pudor. Bastaba una breve llamada, una nota de ánimo, si acaso, una muestra cualquiera. No, silencio, calumnia, desconfianza, y jarabe de ahí te pudras, recetado por los matasanos y facultativas de guardia. En estos casos, casi siempre se repiten los mismos y cobardes códigos; yo no estaba, yo no sabía nada, ¿yo?, ¿a mí qué me dices?, se saldría de la fila, yo le hubiera hecho lo mismo, y, tantas similares que pululan por las nubes de la historia, nimbos que en estos tiempos van petados de inmundicia, así como, de maravillas, lay que elegir bien. Por lo general la vida suele, si se es honesto y se trabaja, decantarse del lado de la verdad, que solo hay una.
No dude, la culpa fue del chachachá ¡Ah!, y, según Mariano, del tranquilo zapatero de la esquina. ¡Adiós Carnaval!