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Cuidado con Francia – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Cuando se observan los fenómenos políticos extremistas dentro del territorio de la Unión Europea se alza, a modo de paradoja, el ejemplo de Francia. Claro que en el Reino Unido anida un poderoso sentimiento de recelo hacia el continente, alimentado por sus medios de comunicación más chabacanos y populistas. Sabido es que en el norte de Italia se mantiene pujante un magma de xenofobia interior que concibe a sus compatriotas del sur del país como ladrones y mafiosos, y que, claro está, si recela de lo cercano lo hace aún más de lo lejano. Cierto es que en los Estados del Benelux se ha producido un estallido de resentimiento acorde con la instalación en un territorio relativamente exiguo de población foránea de costumbres ajenas, por lo general demandante de servicios sociales y por tanto fácilmente etiquetada como dependiente y holgazana. Y, en fin, se sabe que el fascismo permanece vivo en sectores concretos de la sociedad de Grecia, que acaso no hizo la terapia sociológica conveniente tras décadas de dictadura militar. Curiosamente ha sido España, un país perfectamente asociado con la brutalidad hacia el extranjero desde tiempo inmemorial, uno de los mejores alumnos de la tolerancia dentro de las fronteras del Viejo Continente, aunque nunca puede confiarse uno respecto a los propios prejuicios y el veneno tóxico que destilan. Pero, ¿y Francia? La república hexagonal se nos aparece con un mensaje oficial y una realidad bien diferente. A priori es el campeón de los derechos ciudadanos, el defensor de la laicidad, de hecho exhibe el orgullo de su propia condición multicolor, el país que ganó un Mundial de fútbol con una alineación plagada de magrebíes (Zidane), caribeños (Thuram), africanos (Vieira), caucásicos (Djorkaeff), con algún rubio galo colado en papel secundario. No obstante, es obligado recordar que es también el primer Estado de la Unión Europea que ha tenido (y tiene) un partido político de ultraderecha con cierta implantación social, competitivo en elecciones municipales. Si el Frente Nacional no llegó más lejos fue por el corte presidencialista del sistema electoral francés, que sólo hace sitio a un partido de derechas, el gaullista que encarnaron Giscard, Chirac y en última instancia Sarkozy. Esto, mucho ojo, puede cambiar, pues el desplome del conservadurismo mayoritario, patente desde la derrota de Sarkozy en las presidenciales de 2012, está abriendo las puertas a opciones más inquietantes para un país que es mucho más conservador de lo que quiere reconocer o lo que se observa por el turista en los bulevares de París. ¿Es imposible que Marine Le Pen sea la próxima presidenta de Francia? No, ya no lo es, y habrá que preguntarse qué ha hecho mal la política moderada para abrir la puerta a esa opción.