Fuera de contexto, la lectura del evangelio de este domingo bien pudiera asimilarse a un manifiesto hippy. Que si “no andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber”, que si no os preocupe “con qué os vais a vestir”. Y luego aquello de que los lirios del campo ni trabajan, ni hilan y sin embargo ni el mismísimo Salomón en todo su esplendor estaba vestido como uno de ellos, que no llevan nada encima.
Por no insistir en eso otro de no preocuparse por conseguir alimento, sino imitar la confianza de los pájaros del cielo, que esperan cada día a que el padre celestial les dé el sustento. Vamos, que leído al pie de la letra, ya nos estamos desnudando y comenzando a bailar la danza de la gratitud a Dios todopoderoso, autor y custodio de nuestra vida. ¿Se imaginan? Una especie de ‘revival’ sesentero enarbolando aquello del sí al amor y no a la guerra capitaneado por curas y monjas, llamados especialmente por Dios a experimentar tamaña dosis de abandono.
Hasta aquí la caricatura. Lo cierto es que la invitación de Jesús a descansar en tal desapego esconde una sabiduría que nada tiene que ver con la irresponsabilidad de ceder a la indolencia o renunciar a fabricar el futuro con grandes dosis de esfuerzo y constancia. Detrás de este retrato idealizado de la vida que propone el maestro se encierran miles de mañanas en las que el Señor vio a muchos afanarse inútilmente por conquistar la felicidad acumulando riquezas y prestigio. El escenario hippy que pinta nuestro Señor pretende ser una llaga abierta en la conciencia de quienes se miden a sí mismos y evalúan a los demás con aquello del tanto tienes, tanto vales.
“¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podría añadir una hora al tiempo de su vida?”, dice Jesús. La primera, en la frente. Y tras la crítica, viene la segunda, esta vez en el centro del corazón: “Buscad a Dios y su justicia; lo demás se os regalará”.
Ése es el plan: currar, descansar, esforzarse, relajarse, correr, gatear… todo a la búsqueda de Dios. Eso es vivir, dice Jesús, y no esa parodia de malvivir en la que nos hemos sumergido. Vivir es buscar, cierto. Tienen razón los que salen en la mañana rastreando la felicidad. La equivocación viene en el apellido de esa búsqueda. “Buscad a Dios”, es la respuesta.
La experiencia de un cristiano de verdad es que embarcados en ese camino, que es un ya pero todavía no, se descubre la hondura de existir y se relativiza la premura del vestir, del comer, del poseer, del acumular…
Un dios hippy es una ironía innecesaria, de acuerdo. Pero concedamos que es igualmente perverso llamarnos cristianos por otra razón que no sea el deseo de abandonarse en Dios y en su proyecto. “Descansa sólo en Dios”, es el grito del salmista, con la refinada sabiduría de quien ha librado ya mil batallas y no tiene tiempo para más experimentos.