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En años de escalera – Por Román Delgado

   

No puedo evitar que las fotos históricas del expresidente del Gobierno español Adolfo Suárez, fallecido este domingo con 81 años, me conduzcan, en un viaje veloz e incontrolable, al retrato de mi abuela (la única de las dos que de verdad conocí) disfrutando a rienda suelta con la presencia en la televisión o en cualquier medio de comunicación de ese hombre de apariencia tan sencilla. A mi abuela, en los años de la transición de régimen político en España y en todo el periodo en que Suárez lideró este país, le entusiasmaba mucho este señor: lo amaba, lo adoraba, enfermaba cada vez que aparecía… Le producía tan buen rollo, y tan intenso, que su cara era incapaz de no trasladar esas gratas sensaciones al prójimo, a todos sus seres queridos. Para ella, una imagen de Suárez en la tele representaba el mejor regalo, un obsequio divino: un “pero qué guapo es”, “qué modales tiene” o “es todo un señor”. Mi abuela Luisa estaba enamorada de Adolfo Suárez de cabo a rabo, por todas esas mismas cosas, y era esa magia, el don de contaminar sus deseos y creencias a los demás, lo que hoy más recuerdo y deja huella en mí de que, seguro, Suárez fue una gran persona. Si mi abuela así lo consideró durante tanto tiempo, desde que lo conoció por la tele o la prensa, o bien desde sus palabras en la radio, no desconfío en nada. Yo siempre puse la mano en el fuego por mi abuela, y esta vez no iba a ser menos. El forofismo de Luisa la Sombrerera por el primero franquista y luego centrista (de la UCD) Adolfo Suárez se manifestaba en todos los rincones, a todas horas y escaleras estrechas arriba y abajo. También en la cama echando una visual tardía y cansina a la tele, aún en blanco y negro, con el viejo Vicente al lado (este más de ondas radiofónicas) y con piropo va y piropo viene. Y el abuelo, el abuelo…, allí al ladito, pasando, pasando hasta un límite, que muy de vez en cuando se ponía gruñón y decía aquello de “mira a ver si te vas a casar con él”, o gritaba un “¡anda!, ¡anda…!, que igual te espera”.

Si a mi abuela Luisa le gustaba Adolfo Suárez, poco más hay que hablar, que había razón justificada. Esto, segurísimo. Ahora, tras esa pérdida reciente y activada de urgencia la memoria de aquellos años, en los que yo era un auténtico garbancito, me pongo a hablar con Luisa, con Vicente y con aquel leal televisor, lleno de grises y con imagen siempre marcando la belleza de Suárez. Enfrente del aparato, Luisa repite y repetí: “Pero mira que es guapo”. Sí, Luisa, era muy guapo.

@gromandelgadog