Ya es Cuaresma. Y deberÃa ya hacer frÃo. Me refiero a que es tiempo de cerrar un poco las ventanas, nunca del todo, y empezar a acunar el deseo de convertir la soledad y el silencio en cómplices de nuestro renacer personal.
Hace frÃo ahà afuera. Enfrentado a los grandes temas, este mundo nuestro tirita. Tiembla ante la posibilidad de una nueva guerra y cuando cae en la cuenta de tantÃsimas viejas guerras olvidadas. Y se estremece ante unas cifras paridas por la ingenierÃa contable de los poderosos, que aseguran que ya deberÃamos estar sonriendo, mientras los mismos padres no entienden nada y siguen sintiendo la misma angustia al llegar la hora de llenar el plato de sus hijos.
Hace frÃo cada tarde cuando pasa desapercibido el alegre llanto del recién parido que nunca llegó a ser, porque una suegra famosa y miserable y una gestante perversa sumaron sus infamias y no les dejaron nacer: no a uno, sino a dos. Presumen de haberlos abortado. Una, expulsándolos de su propio cuerpo; la otra, instigándola para que lo hiciera. De eso se habla todas las tardes en un contenedor televisivo de basura donde ambas vomitan su roña a golpe de talonario. Y las dos contabilizan audiencias millonarias. Pobres niños muertos. HacÃa tiempo que no sentÃa tanto asco. Ahà afuera hace frÃo. Y por estos pasillos de aquà adentro, los creyentes nos dejamos rondar ya por el fresco invierno de cuarenta dÃas con sus cuarenta noches en los que, como Jesús con sus tentaciones, plantaremos batalla a nuestras oscuridades para que la verdad triunfe una vez más. La verdad de nuestras vidas y la verdadera experiencia de nuestra fe.
Es Cuaresma, el tiempo de la tempestad que precede a la más hermosa mañana. Quien se apunte al frÃo está invitado a mirarse por dentro con la descarnada sinceridad de quien ya ha aprendido que no hay nada que temer porque es la misericordia misma quien audita nuestros pasos. Es tiempo de cerrar las ventanas para abrirnos de par en par ante Dios. En eso consiste la magia de estos dÃas, que tienen la capacidad de convertir en nuevo al que ya se dobla bajo el peso de tanta vida.
Es el tiempo de dejar de ser lo que sea que estemos siendo. Dios busca recordarnos que siempre habrá mucho más que lo que lleguemos a imaginar en nuestros mejores sueños. Es el momento de amar lo que somos, la tierra que pisamos, los hombres y mujeres con quienes compartimos la inenarrable aventura de existir. Es tiempo de sentir la vida, abrazarla y compartirla.
Es Cuaresma. El tiempo del frÃo que hace de rompehielos en los renglones helados de nuestros dÃas. Es tiempo para Dios. Se diga lo que se diga, él es el único capaz de reconciliarnos con nosotros mismos, de redescubrirnos.
Siempre habrá quienes no se apunten al frÃo, aún viviendo aquà dentro. Ya se sabe: ¡hay tantas cosas que preparar para que la Cuaresma y la Semana Santa salgan bonitas! Son esos mismos a los que a veces dejamos mandar. Esos que nada tienen que celebrar en la mañana cálida de todas las sonrisas. De momento, lo que toca es el frÃo.