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Iraila Latorre – Por Luis Ortega

   

Por el alcance de la noticia, no me pude librar del ácido trago de la emisión de un programa de La Voz Kids que, continua y estratégicamente anunciado, como era previsible batió todas las marcas de audiencia. Ocurre que, en alguna sobremesa, me llega hasta el ordenador una música o un ruido y, acaso también, porque huyeron la inspiración y las ganas, me levantan del asiento y me paran unos instantes ante el plasma. Hace unas semanas y dentro de ese concurso de niños cantores, tan rentable para el canal de Berlusconi, una voz limpia, valiente y potente me alertó y tuvo que ser Belén quien me advirtiera del protagonismo de una chiquilla menuda y con gafas, flanqueada por dos muchachas morenas, de gran aplomo y buen timbre y pronunciación. Escuché el final del tema a cargo del trío, el fervor del público y las paternalistas consideraciones del jurado de famosos que las califica semanalmente y me quedé -porque estamos en el saco de los nombres de moda- con que la pequeña del terceto era valenciana y se llamaba Iraila. Desde entonces no supe nada más de este certamen y, sólo porque alentó mi imaginario de infancia, otra noche seguí la actuación de un simpático y robusto muchacho que, provisto de su acordeón, cantó Campanera. Escaldado como los gatos con agua caliente, después de la patujada de Evole y de sus ilustres y sumisos comparsas sobre el sainete del 23-F de 1981 en pos del share y de la resaca posterior, mis hijos me pasaron otra vez la grabación de aquella niña levantina que cantaba, con tanto celo y verdad, como si le fuera la vida en ello. Naturalmente había sido la ganadora de la fase previa y seleccionada para la fase final a la que, lamentablemente, no pudo llegar, por la victoria inexorable de una grave enfermedad, contra la que había luchado durante los últimos cuatro años. Valoré -y es una excepción que reconozco sin que me duelan prendas- la prudencia y el buen trato que, por esta vez, Telecinco dio al suceso y reconocí, con franca admiración, el comportamiento de los padres de Iraila Latorre, que pidieron que las flores y coronas que, desde numerosos lugares y desde que se supo la noticia, se enviaron en su homenaje, se convirtieran en donativos útiles para una asociación filantrópica dedicada a la atención de los niños con tan graves dolencias. Queda para el recuerdo la lección de amor y de coraje de la chica de las gafas que, a varios días de su tránsito, nos regala aún su sonrisa ancha y sus lágrimas alegres.