Ha llegado otra vez la marabunta. Los edificios de Santa Cruz se llenan de vallas metálicas que se cierran para proteger las fachadas de los orines. Es como si la ciudad se preparara para defenderse del asalto de un ejército de zombies meones que dejarán las calles, esquinas, aceras, jardines, puertas de garages y pasillos convertidos en una cochambre con olor matutino de amonÃaco. Y es que el pueblo cuando sale a divertirse no tiene fronteras. Hay que ponerse a gritar como si te estuvieran arrancando los testÃculos, poner la música a un nivel de decibelios capaz de romper los tÃmpanos a varios kilómetros de distancia, mear en cualquier lugar y en cualquier momento, beberse lo que sea en vasos de plástico que luego acabarán pisoteados en el suelo… Una delicia. Es el momento de salir por patas de la ciudad si quieres mantener la cordura. Por mucho que te hayas librado de tragarte los concursos y la gala de elección la reina (esas chicas enterradas entre toneladas de plumas y pedrerÃa que arrastran penosamente por un escenario) no hay manera humana de escapar a los devastadores efectos del jodido carnaval. Amigos que hace meses que no ves empiezan a llamar recordándote que este año tienes que salir en el entierro de la sardina, que es el dÃa en que más fácil se liga, te recuerda el nota, con las viudas (en realidad un ejército de maduritas divorciadas que salen para ligar con otra tropa vejetes divorciados). Si sales a la calle el olor a meados acaba contigo. Si pasas por cualquier pasillo te abordará el olor de las vomitonas. La atmósfera entera de la capital se llena de los efluvios del alcohol de garrafón, los vómitos del personal y un mar de orines. Durante unos dÃas esto será el paraÃso de cualquier partido polÃtico. La gente se rendirá a la resaca como el que se entrega a un sacrificio ritual. Los quioscos metálicos invadirán las calles como hongos y los churros aceitosos nos destrozarán el estómago de madrugada. Nadie pensará en nada. A nadie le preocupará nada. No tendremos trescientos y pico mil parados. Nos olvidaremos de que nos van a echar de la empresa. Dejará de tener importancia que la cuenta, en el banco, ya sólo tenga telarañas. Luego volverá la terrible realidad, pero ya nos cogerá meados.