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Manuel Tegeiro – Por Luis Ortega

   

Castro San Luis ha puesto nuevamente su empeño en fomentar y difundir la extensa y variada iconografía del Carnaval santacrucero y, por segundo año consecutivo en el Centro de Arte La Recova, reunió a un bloque de pintores que, con distintos lenguajes y propósitos, aportan secuencias liberadoras de las fiestas paganas que preceden a la rigurosa Cuaresma. Como en toda exposición colectiva se juntan debutantes para la sorpresa (ahí están Nazareth Hernández con su remarcada figuración), nombres nuevos (Luis García-Ramos y Merittxhell Barroso) y otros de largo recorrido como Manolo Sánchez; los mejores acuarelistas de esta hora: Miguel González que, esta vez, deambula entre el esperpento y la ironía de época, y Toba Garrido, con sus alineaciones pop, ya sean zapatos viejos o armaduras; payasos, de distinta etiología y mensaje, de Julio Padrón, Felipe Hodgson y Portero; enigmáticas o elementales caretas de José Carlos Garrido y Clara Yanes; la pulsión naif de Mariví Tavío y la metáfora desaforada de los trajes de Maikol; la entrada en juego del ratón Mickey por Luis Yanes y los seguros aguafuertes de Gloria Díaz; el reencuentro con Jaime Grahan y la evocación de los felices veinte de Ana María González; la inteligente ductilidad de Conrado Díaz y Ariam Pérez, y el luto histriónico del Entierro de la Sardina de Charo Borges. A este mosaico se suman, con elevada calidad, Miguel Rocha, con un mórbido desnudo con máscara veneciana y Carmen Muruve que, en todos los palos, acredita una maestría sin cuestión y nos regala una magnífica carta de Tarot, con preciosista dibujo y sugestivo colorido que evoca el valioso naturalismo del estilo nórdico, con figuras duplicadas emparentadas con los Libros de Horas y las creaciones de los primitivos brabanzones. Se cierra el círculo con el artista que titula esta esquina: porque el asunto lo pide, Manolo Tegeiro rompe temporalmente con su delicadeza y mesura, tan ponderada en sus bodegones y figuras, y entra en el torbellino pasional de la masa liberada -en el ambiente de la legión de románticos y castizos alentados por el poderoso influjo de Francisco de Goya- pero con sus peculiares valores; esto es: sin perder de vista, por un instante, su habitual precisión, su gusto y meticulosidad en el detalle, en una iluminación audaz y aplicada en la calculada distribución de las masas, y con una pincelada más vital, ágil y osada que, para muchos espectadores, resulta una auténtica novedad.