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Paco de Lucía – Por Luis Ortega

   

Las palabras se acabaron en sus necrologías y los recuerdos de sus portentosas facultades quedarán en el disco duro de quienes le vimos en directo, con su duende austero y economía gestual que se volvían torrentes de comunicación; en quienes lo siguieron tras el cristal y el plasma en todos los rincones de un mundo que su arte achicó; su obra entró hace décadas en el patrimonio espiritual de la humanidad, por derecho, en buena lid y sin necesidad de títulos. Sobran las menciones de éxitos, premios y doctorados obtenidos en todas partes y queda para siempre el canon de su digitación perfecta y el sonido que sólo los genios arrancan a un instrumento español que, como arma de paz, conquistó los mejores auditorios del planeta. Hijo de Luzía Gómes Gonçalves, la Portuguesa, y de Antonio Sánchez, con sangre de músicos por todos lados, Paco de Lucía (1947-2014) nació en el barrio gitano de La Bajadilla, en Algeciras, que vio y alentó su precocidad y audacia, revalidada en tablaos modestos y llamada al inevitable éxito. Activo desde la infancia en el flamenco, al que dio una nueva dimensión, entre 1968 y 1977, formó una mágica alianza con el llorado Camarón de la Isla, de la que salieron 10 discos y la definitiva consagración del genio de la guitarra y del cantaor considerado la columna vertebral del cante jondo, la figura cimera del último medio siglo. Ambos, juntos y por separado, fueron los pioneros de un género más popular y mestizo, con adiciones de jazz, blues, pop, salsa y bossa nova que divulgaron por todas partes. Autor de una excelsa discografía de más de treinta álbumes, con exitosas incursiones en la música clásica, a la que incorporó una poderosa carga popular, realizó colaboraciones históricas con los famosos John McLaughlin y Al Di Meola (Friday night in San Francisco, 1981) del que se vendieron más de un millón de copias de todo el mundo y con Santana, que lo calificó como único; dejó temas que, desde su estreno, fueron auténticos clásicos como la rumba Entre dos aguas (su espaldarazo en todas las fronteras), las alegrías Barrio de la Viña y La Barrosa o su arrebatadora soleá en Homenaje al Niño Ricardo, su admirado y superado maestro. Un infarto de miocardio cegó su vida mientras jugaba con su hijo pequeño en su refugio mejicano de Playa del Carmen y la noticia recorrió de cabo a rabo los lugares donde le aplaudieron con calor porque entendieron que su música era sinónimo de libertad y el mejor y más nutritivo alimento del amor y la pasión.