El último Panero enterró el Panerismo en Las Palmas y ahora el fantasma loco del poeta se ríe de España, que perdió el juicio el 11-M, hace 10 años, y gasta aviones averiados para el Príncipe y Rajoy. “España es la que está loca, no yo”, decía con un vaso de leche el poeta de los manicomios. “Los diputados están como una cabra”, abundaba con otro vaso de leche, y así podía tirarse horas poniendo a parir al sistema y a la madre que lo parió, la actriz Felicidad Blanc, adosado a un vaso de leche. Leopoldo María Panero tenía citas para todo, de Rimbaud, Nietzsche, Freud, Jung, Mallarmé y el sursuncorda, y con esa profusión de dardos cargaba contra un país de locos de atar, y contra los pájaros y la CIA, fieles persecutores. Los locos dicen la verdad como los borrachos, sostenía el autor de Teoría y Así se fundó Carnaby Street. Como Snowden nos detalla el espionaje americano individualizado, acaso no fuera una paranoia de Panero, que tenía otras paranoias que le divertían tanto como meterse con España y los españoles locos de remate: “Las palabras destruyen al hombre”, por ejemplo, y todas las palabras eran la misma palabra inclinándose hacia los lados: la palabra “fin”, con la que se despidió el miércoles (cinco días después que Ana María Moix, su amor inviable, a la misma edad) en un dulce sueño de orate al cabo de una vida amansada con haloperidol. Aquel hombre prematuramente viejo a los 65 años, lácteo adicto como un duende en el reino de las casomorfinas, dejó un torrente de aforismos que deberían recopilar sus editores Huerga y Fierro. “No creo en la bestia de la inspiración, yo cultivo el esparto como una ciencia”, sentenció en una entrevista en El País, que nos nutre del ingente Panero, a propósito de su modo libre de escribir, tan tenaz como la sobredosis de leche, a la manera de los diaristas y poetas como José Emilio Pacheco, otro cadáver aún caliente: “La poesía que busco / es como un diario / en donde no hay proyecto ni medida”, escribía el mejicano. Un país demencial que estigmatiza a las mujeres con un machismo frenopático (que el 8 de marzo sea el sobrenombre de todos los días) y que jubila la crisis antes de tiempo, con cerca de seis millones de parados. Un país, por cierto (en 90 días, el Mundial) loco por el fútbol, más loco que Panero, que se creía la reencarnación de Baudelaire y decía merecer el Nobel ya que no se lo daban a Gimferrer.