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después del paréntesis>

Por amor – Por Domingo-Luis Hernández

   

Consta, por la transcripción judicial del interrogatorio ante el juez instructor José Castro del pasado 8 de febrero, que la infanta doña Cristina de Borbón y Grecia contestó 182 veces “no lo sé”, 55 “no lo recuerdo” y 52 “lo desconozco”. A lo que habría de añadirse los respectivos “no”, el “no me consta” y así hasta las 533 expresiones evasivas que utilizó . Se puede prever que como estrategia de defensa cualquiera que se encuentre ante una situación semejante respondería de manera afín. Claro que en los casos comunes esas respuestas no tienen enjundia; el proceso judicial es el que daría o quitaría la razón. Es decir, proceder esperado el descrito, incluso vulgar. Mas con derivas. Como la que comienza a airear la prensa del corazón: que dos de los protagonistas del meollo que se juzga cada vez se separan más. Sería penoso en una pareja tal, deportista, guapo y ella infanta. No parece una menudencia el asunto, entre otras razones porque lo devuelve a las posiciones de partida. Lo uno y lo otro, Cristina de Urdangarín y el contratiempo (convertido en disgusto) que sustancia la argucia en cuestión y de la que huyen como almas que lleva el diablo: la bandera de la realeza española como señuelo. Inducciones, pues: don Iñaki Urdangarín calculó mal eso de la inviolabilidad y de la irresponsabilidad constitucional, que solo afectan al Rey y no al duque consorte; y la codicia expuesta tiene sustento: estar a la altura y dignidad de quien lo acompaña en el matrimonio, para lo cual se necesita dinero, porque la señora precisa un palacete y los otros pormenores. Con los detalles aducidos la infanta se presentó ante el juez. Evasivas dichas, punto y seguido. Más una frase que conturba de cuantas pronunció allí: “Confiaba en mi marido”. Por eso no está por demás razonar. Según precisan los expertos judiciales, la infanta será tenida por inocente. ¿Por qué?, es la pregunta. La respuesta contará con una cantidad respetable de folios reparativos. El resumen cabría en la siguiente ponderación: a pesar del palacete y los demás pormenores (el 50% incluido de una empresa), la infanta doña Cristina de Borbón y Grecia no se enteraba de nada. Doble tarea: mujer al cuidado de los hijos, hombre… Así probado, la realeza española quedará libre de polvo y paja. ¿Caso cerrado? No. El duque consorte don Iñaki Urdangarin penará en la cárcel los años correspondientes en castigo por su galantería matrimonial, por su temeridad, por su ambición y por su estupidez. ¿Final? Tampoco. Explicación: ya que el proceso judicial poco relevante descubrirá sobre el asunto colateral, ¿cómo explicar el “confiaba en mi marido”? Dos posibilidades. Una: confió y ya no confía; o lo que es lo mismo, el trigo limpio que fue ahora se descubre lleno de gorgojos. La segunda: la defensa mencionada tiene muchísima más enjundia. No es distraído conjeturar que en tramas como esta las respuestas válidas no son las simples. La primera conjetura es palmaria, poco creíble; la segunda tiene calado. Y el calado se encuentra en confirmar que la realeza española se ha convertido en un sacrificio supremo: Fiscalía. Hacienda… Don Iñaki Urdangarín en este nudo es el verdadero héroe. Además, actúa por amor. Penará sus desafueros porque la ley actúa así; él es el elegido, ciudadano común que fue elevado a los altares sin previsión. Y en este punto la cosa dicha se descoyunta porque pesa el “por amor”. No sabemos si el escudo del “confiaba en” dará para mucho en la cárcel o después. Don Iñaki Urdangarin saldrá. Es probable que en la puerta no se encuentre doña Cristina de Borbón. Acaso él ni siquiera lo confirme. Pero se escribirán primorosas novelas de amor sobre su sacrificio. Será una pena que el proverbio Antonio Gala o el supremo Carlos Ruiz Zafón ya no nos acompañen para semejante labor.