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El saludo – Por Fran Domínguez

   

La nebulosa del tiempo te juega malas pasadas y los recordatorios se hacen imprecisos en cuanto a la exactitud de las cronologías. No me acuerdo bien de la franja temporal exacta pero sí de la imagen y del momento, que siempre se ha quedado en una esquina de la memoria por la importancia del personaje, y que a pesar de que uno era un tierno infante sabía por la tele y por los mayores de casa quién cortaba el bacalao o al menos lo intentaba. Tendría por aquel entonces algo menos de 10 años y seguro que más de siete. Como cada tarde después de comer, esperaba junto a otros cuatro o cinco chicos más en la entrada de mi barrio, San Antonio María Claret, a la guagua de don Simeón, un vetusto autocar gris como los pelos alborotados del conductor, con incómodos sillones tapizados de rojo, que venía a su ritmo por la parcheada carretera general desde Los Realejos a La Orotava, siempre con una bulliciosa y risueña carga, la de los alumnos de Los Salesianos, a quienes transportaba de vuelta al cole en el siempre bostezante horario vespertino. Ese día, mientras hacíamos tiempo frente al desvencijado estanco de Lucio a que la guagua apareciera por el horizonte, una pequeña comitiva de vehículos, algún Mercedes, según atisbo a recordar, pasaba por el barrio en dirección a La Perdoma. Algunas de las madres que nos custodiaban y otras vecinas del lugar que se arremolinaban por allí, sabedoras de que alguien importante haría acto de presencia en aquellas horas de la sobremesa -se sabía de un convite en el cercano restaurante El Gran Chaparral- empezaron a corear un apellido y a aplaudir enfervorecidamente. Uno de los coche ralentizó su marcha y del asiento de atrás alguien bajó la ventanilla. Un señor encorbatado, con un peinado perfecto y una sonrisa que había visto antes en la caja tonta, saludó cordialmente levantando su brazo derecho, para mayor regocijo de los presentes. Apenas unos instantes pero los suficientes para que aquello fuese una verdadera fiesta. Habíamos visto a Adolfo Suárez. Casi nada.