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POR QUÉ NO ME CALLO >

Santo y seña – Por Carmelo Rivero

   

De Brasil nos vinieron las comparsas barriales al estilo de las escolas do samba, como un día me explicó Manuel Monzón, padre de Los Rumberos, que quedó hipnotizado al verlas por televisión cuando emigró a Venezuela. La historia da vueltas como un tiovivo, y en medio de este Carnaval salta la noticia de la canonización en abril del paisano José de Anchieta, que fundó Sao Paulo y cofundó Río de Janeiro, y allí, en la patria de Jorge Amado, escribió profusamente poemas y dramas, y la primera gramática en idioma tupí. Al margen de los milagros procedimentales de todo aspirante al altar, el jesuita canario de cabecera del papa Francisco -que filtró el jueves el anuncio del segundo santo de esta isla, tras los pasos del hermano Pedro en Guatemala-, la vida de aquel lagunero intrépido, de salud quebrantada, que vivió 63 años, cruzó muy joven el charco como si lo llamara el Amazonas, fue acólito y rehén de las tribus indígenas, creó escuelas y hospitales, ejerció de asceta y enfermero, filólogo y naturalista, mediador y maestro, es un guión de cine. Algunas películas se han hecho y Anchieta, cuando sea santo el mes que viene, volverá a padecer la injusta omisión de su obra literaria (en la playa escribía versos en la arena con una rama), pionera de la literatura brasileña. “Juzga si sabes juzgar”, escribió, lo cual vale para el olvido imperdonable de uno de los cimientos de lo que Nélida Piñón llama la “memoria sincrética” en América. Traigo a colación, con la cita del idioma del cine, otra noticia -esta mala- con que se marchó el mes: la muerte de la cineasta Dunia Ayaso, que en media docenas de títulos que escribió y dirigió con su marido, Félix Sabroso, deja un sello infrecuente y la constatación del aprecio y aplauso del cine español. Los funerales de febrero han sido intempestivos. Estoy refiriéndome, por último, a Paco de Lucía, leyenda en vida, que en los años setenta, en Tenerife, siendo un hereje de la guitarra flamenca para los puristas, se nos confesaba molesto porque lo excomulgaran antes de tiempo, a la par que sonaba su transgresora rumba ’Entre dos aguas’, sin poder adivinar entonces que, a la vuelta de unos años, iba a ser canonizado como el Padre Anchieta y su lenguaje (el idioma de las manos) pronto sería universal.