DOMINGO NEGRÍN | Santa Cruz
Es justo reconocer que, por norma general, los funcionarios sí que trabajan. Úrsula entró en la Administración a los 19 años. Con el antecedente paterno, seis de los siete hermanos de la familia de esta gestora procesal son de Justicia. Y dos cuñados. Me cita en una salita del hotel Laguna Nivaria, enfrente del edificio de los juzgados. Prefiero el sofá al banquillo.
-¿La justicia es un cachondeo?
“No lo creo”.
-¿No?
“Para nada”.
-¿Cuál es exactamente la función de una gestora procesal?
“Pues, mi misión es tramitar todo el expediente hasta el final”.
-¿Con salidas a la calle?
“Sí. Normalmente, para desahucios, embargos y todo eso”.
-¿Han aumentado?
“Vamos a ver, los bancos han parado bastante. Como ha entrado en vigor una nueva ley, en junio del año pasado, muchos me entregan la declaración de la renta para acreditar que no pueden pagar. Entonces, se paraliza el lanzamiento durante dos años. En ese tiempo siguen viviendo en la casa”.
-¿En esas visitas ha habido lanzamientos de objetos?
“No, no… Yo siempre voy con la policía y nunca he tenido problemas. A veces me he encontrado gente dentro. Si tienen los muebles, suspendo el lanzamiento y lo señalo para dentro de dos o tres semanas para que retiren las cosas. No se las ponemos en la puerta de la calle”.
-Los juzgados de La Laguna están otra vez reunidos. Estaban dispersos en tres sitios, ¿no?
“En cuatro. Ahora estamos todos aquí, más cómodos. A pesar de las deficiencias [sonrisa discreta], el edificio está bien. Estoy contenta, no lo puedo negar”.
-¿Quién manda ahí dentro?
“Cada juzgado está formado por un juez -todos son titulares-, un secretario o secretaria y después estamos los funcionarios, que somos nueve o diez”.
-¿Cuántos juzgados hay en La Laguna?
[Suma mentalmente] “Seis de primera instancia, que son de lo civil, y cuatro de instrucción”.
-¿El poder femenino está personificado en la judicatura?
“La situación está muy equilibrada. Al principio, cuando yo entré en la justicia, era la única mujer en un juzgado, en Barcelona. Ahora, en mi juzgado solo hay un hombre”.
-Aparte de la tensión y de la obligada seriedad formal, también habrá momentos divertidos…
[Sus gestos son muy elocuentes] “Un montón de anécdotas. Recuerdo que un señor divorciado presentó un escrito a través de su abogado porque quería la máquina de coser. Entonces, vino el hombre al juzgado [ríe con delicadeza], entró en mi despacho y le pregunto que si sabía coser… Y respondió: ‘Bueno, bueno, ya me voy. Retiro el escrito’. Antes, lo que más llevaba era lo de las familias. Eso era un escándalo, porque me cogió en los años noventa, que había divorcios en cantidades horrorosas. Yo iba cada semana a echar a dos maridos de las casas”.
-Desahucios matrimoniales…
[Risas] “Un vez uno me perseguía hasta que mi marido lo agarró. Otro reclamaba una mesa con las patas de garras de león. Tuve que ir a la casa y no encontré nada. Gente que se peleaba por una cinta de vídeo… Y, mira por dónde, en La Laguna no hay ningún juzgado de lo matrimonial”.
-¿En este trabajo se aprende a juzgar a las personas?
“Sí, y a veces pagan justos por pecadores. Yo me fiaba mucho de personas que después veía que mentían más que hablaban. La situación actual no es la misma, afortunadamente”.
-¿La crisis pasa factura?
“Desde luego. Antiguamente, en un juzgado entraban dos o tres hipotecarias al día”.
-¿Y ahora?
“El año pasado llegaron a mi juzgado… Creo que fueron 48. En este, de momento son ocho. ¡Multiplica! Por pólizas de préstamos menos, porque no se están dando”.
-¿La justicia está politizada o quizá está más judicializada la política?
“Lo segundo”.
-¿Y las etiquetas no influyen? Que si conservadores, que si progresistas…
“Absolutamente nada que ver”.
-Ha habido casos de jueces pillines…
“Mira… Esto no me lo grabes, ¡eh!”.
-¿Se ha archivado alguna causa porque se han perdido los papeles?
“Los papeles no tienen patitas [risas]. Jamás he perdido uno. Lo acabas encontrando. Bueno, una vez fui de embargo y vino una bocanada de aire en la carretera. Iba con 10 expedientes… ¡Te lo juro! Que lo diga el taxista. Por allí, por Agua García. Además, todos eran documentos originales. Los coches parados… Un camionero se bajó a recoger papeles…”.
-¿A quién habría que mandar a la puñeta?
[Risas] “A (…) ¡No me lo pongas!”.