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Viaje a la isla disparatada

   

reportaje isla disparatada

AGUSTÍN M. GONZÁLEZ | Santa Cruz de Tenerife

Las Islas Canarias en general y Tenerife en particular han sufrido una gran transformación desde mediados del siglo XX, con el auge de la industria turística y el consiguiente desarrollo urbanístico que esa actividad económica lleva aparejado. Un desarrollo que en muchos casos agigantó pueblos y desfiguró el paisaje insular. Es el peaje que han tenido que pagar las Islas para progresar económica y socialmente. Fue algo inevitable. En los tiempos del gran boom turístico aun no existían los actuales niveles de concienciación medioambiental, ni el control legal y administrativo para la protección del territorio, en pos de un garantizar un crecimiento más equilibrado y armónico en una superficie limitada y frágil como es la del Archipiélago canario, amenazado por la creciente superpoblación y, ahora, hasta por las prospecciones petrolíferas.

Afortunadamente, se puso freno a tiempo a la amenaza de un desarrollismo desacervado que ya había causado desmanes irrecuperables en otros lugares. Las Islas han podido seguir conservando buena parte de sus encantos naturales y paisajísticos. Repasando nuestra histora, comprobamos que por fortuna, y por muy diferentes causas, nunca se llegó a materializar una serie de ideas vanguardistas, iniciativas descabelladas y proyectos faraónicos, surgidos en distintas épocas, que hubieran desfigurado irremediablemente la faz insular, con actuaciones que en la mayoría de los casos representarían auténticos atentados urbanísticos, paisajísticos o medioambientales.

Muchos de esos delirios de grandeza de promotores ambiciosos han fracasado o pasado al olvido. Algunos cuajaron, con mayor o menor fortuna. Otros, sin embargo, permanecen aparcados en espera de tiempos mejores, o de mayores condiciones de viabilidad técnica o económica. Un repaso a ese peculiar catálogo de ideas arriesgadas dibuja una imagen sorprendente y muy diferente de la actual isla de Tenerife. Es la curiosa fotografía de la isla que pudo ser y, por fortuna, nunca fue. Y esperamos que ya nunca sea porque sería lo más parecido a una “isla disparatada”.

Las Cañadas del Teide

Hay que remontarse a muy antiguo para encontrar noticia de los primeros proyectos faraónicos planteados en Tenerife que, inevitablemente, entonces estaban relacionados con el entorno más emblemático de la Isla: el pico Teide y Las Cañadas.
El Teide, el Parque Nacional más visitado de España, es hoy en día patrimonio de la humanidad, emblema y orgullo de Tenerife. Sin embargo, si repasamos su historia comprobaremos que Las Cañadas ha conservado hasta hoy de puro milagro sus excepcionales valores paisajísticos y naturales. Sobre todo, a principios del siglo XX se plantearon en este espacio único de la Isla ambiciosos proyectos de gran envergadura e impacto que no prosperaron a pesar del beneplácito de los regidores públicos. Fracasaron solo por la penuria económica, las limitaciones técnicas de la época y lo poco accesible del lugar, situado a más de 2.000 metros de altura.

Se puede constatar esta circunstancia con la ayuda del profesor orotavense Tomás Méndez Pérez, y su libro Antecedentes históricos del Teide y Las Cañadas. Méndez detalla en esta obra que a mediados del siglo XIX el palmero y catedrático de Economía Política de la Universidad de Madrid, Benigno Carballo Wangüemert, propuso establecer colonias agrícolas en el gran circo de Las Cañadas, con el fin de frenar la emigración y aumentar la riqueza del país.

El médico Tomás Zerolo, por su parte, solicitó la concesión de una parcela de 10 hectáreas en Las Cañadas para efectuar ensayos sobre el cultivo de cereales. Los pobres resultados le hicieron desistir. Pero hubo ideas aún peores. Cuenta Tomás Méndez que en 1912 el ingeniero Juan José Santa Cruz redactó un ambicioso proyecto de red ferroviaria alrededor de la isla de Tenerife, que atravesaba las faldas del Teide. El elevado coste económico impidió semejante barbaridad que hubiera mutilado nuestro actual Parque Nacional. Una década más tarde, los diputados a Cortes tinerfeños Félix Benítez de Lugo y Andrés Arroyo González de Chaves consideraron que el mejor lugar para el aeropuerto de la Isla sería Las Cañadas. El alcalde orotavense prestó su conformidad y hasta ofreció gratuitamente los terrenos. Unos años antes, todavía a principios del siglo XX, los alemanes estudiaron crear en Las Cañadas una base para sus aerostatos. Suma y sigue. Añade Tomás Méndez que sobre 1925 tampoco cuajó la idea de una estación radiofaro en el mismo Pico del Teide, y también fracasaron los intentos de abrir hoteles y hasta un casino en el cercano llano de Maja. Por otra lado, solo la falta de una carretera en condiciones hizo inviable un sanatorio policlínico privado en medio de Las Cañadas, donde ya en fechas más recientes se pensó construir desde una pista de esquí, hasta un centro deportivo de alto rendimiento, aprovechando que el Parador Nacional es alojamiento habitual de deportistas de élite que vienen a la Isla a entrenar en altura. La declaración de Parque Nacional, en 1954, frenó estas y otras muchas actuaciones insostenibles en un paraje natural de tanto valor.

En realidad, prácticamente ningún rincón de Tenerife ha estado a salvo de obras faraónicas. Algunas fraguaron con éxito, como el Lago Artificial que diseñó César Manrique en Puerto de la Cruz, el teleférico del Teide o la playa artificial de Las Teresitas, con miles de toneladas de arena traída del desierto del Sahara. Otros grandes proyectos se de secharon para siempre o permanecen aparcados a la espera de tiempos mejores.

Desde hace décadas se habla de la posibilidad de conectar los valles de La Orotava y de Güímar con un túnel que atraviese la cordillera central y que de esta forma conecte el Norte y el Sur en apenas unos minutos. El prestigioso geólogo portuense Telesforo Bravo no vio del todo descabellada la idea, pero reconoció que para afrontarla se necesitarían mayores avances tecnológicos, por la singular composición del subsuelo volcánico de la Isla, donde los sustratos de material plástico complican en demasía las perforaciones.

Sin duda, una de las ideas más espectaculares que nunca se han presentado en Tenerife fue el proyecto aparecido en 1978 en las páginas de DIARIO DE AVISOS, donde se afirmaba que un grupo de inversores promovió, con proyecto y estudios de viabilidad técnica incluidos, la construcción de un ultramoderno complejo turístico en una isla artificial emplazada enfrente de Bajamar.

Muy antiguos también son el proyecto de un aeropuerto en El Socorro, en Güímar, -con nombre nada apropiado, por cierto- o la construcción de un canal por todo el perímetro costero de la Isla para recoger las aguas de lluvia de los barrancos, que luego se bombearían hasta grandes depósitos situados en la zona alta, para utilizar con fines agrícolas y de abastecimiento público. El exdirector de DIARIO DE AVISOS, Leopoldo Fernández, recuerda que este proyecto se llegó incluso a presentar a la prensa por los propio técnicos promotores, durante un acto en el Club Oliver capitalino.

Más rocambolesca fue la ocurrencia del entonces alcalde de El Tanque, Federico Pérez, quien a principios de los 80 tuvo la peregrina idea de horadar parte de una montaña en San José de Los Llanos, para crear una línea circular de tren turístico con la intención de atraer visitantes a esas latitudes. Al final, el Gobierno autónomo logró paralizar los trabajos cuando ya estaba hasta instalado el hangar-estación del tren.

El nuevo puerto de Puerto de la Cruz también es un proyecto histórico que la ciudad norteña sigue esperando. Ahora, después de que Garachico recuperara el suyo, parece que su materialización está más cercana, aunque no tanto como el puerto industrial de Granadilla, o el de Fonsalía, que son más estratégicos. En Guayonge, en Tacoronte, se frustró años atrás un proyecto portuario privado.

El Cabildo tinerfeño está ahora empeñado en que el Puerto recupere su tradición portuaria aunque, sin duda, el proyecto insular más ambicioso es la red ferroviaria, el tren que unirá el Norte con el Sur pasando por la capital

Pueblo por pueblo

Los campos de golf son capítulo aparte. En el sur proliferan con cierta facilidad, pero en el norte varios han quedado estancados, como los de El Rincón (La Orotava), Los Príncipes (Los Realejos) y Bajamar (La Laguna). En el Charco del Viento, en la costa de La Guancha, César Manrique propuso construir un complejo de piscinas naturales a semejanza del Lago de Martiánez. Precisamente, en la ciudad turística se intentó instalar un teleférico desde el mirador de La Paz hasta la playa de Martiánez, pero la idea no tuvo respaldo social.

Guardado también en una gaveta permanece el ambicioso proyecto del Parque Guanche de La Sabina, en La Victoria. En los altos de La Orotava se ha propuesto construir un circuito de motocross. Los Realejos aspira a tener un hipódromo y un circuito de karts. Otro circuito, el de automovilismo de Atogo, en Granadilla, sigue siendo un sueño largamente esperado por la afición tinerfeña. En Garachico se estudia instalar un tren de cremallera que una por la ladera el casco con el barrio de San Juan del Reparo.

La capital tampoco se libra de sus disparates particulares. La presa de los Campitos es la historia de un gran fiasco, como el mamotreto, el edificio de aparcamientos a medio terminar que quedó plantado -y judicializado- en Las Teresitas. Muy cerca, en Valleseco, siguen esperando por una playa nueva que no llega, como el dique de San Andrés, o como el bonchódromo que alguien propuso construir tiempo atrás para albergar los actos del Carnaval chicharrero, al estilo del sambódromo de Río de Janeiro. Al menos, Santa Cruz vio florecer el Palmetum, un gran jardín botánico levantado encima de una montaña de basuras.

Así, entre ideas ambiciosas y proyectos descabellados, busca la isla de Tenerife el equilibrio que necesita para seguir siendo un lugar atractivo y próspero. Seguro que han sido muchos más los desmanes de los que la Isla ha logrado librarse y, seguro también, que muchos nuevos surgirán en el futuro, por lo que no viene mal recordarlos para evitar cometer errores graves que pongan en riesgo la calidad de vida de los tinerfeños, los valores medioambientales de la Isla y la gallina de los huevos de oro: el turismo.