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Virtudes y fortalezas – Por José Juan Rivero

   

Confesaba el filósofo y economista británico John Stuart Mill: “No me entusiasma el ideal de vida que nos presentan aquellos que creen que el estado normal del hombre es luchar sin fin para salir de apuros, que esa refriega en la que todos pisan, se dan codazos y se aplastan, típica de la sociedad actual, sea el destino más deseable de la humanidad”. Afirmación que comparto a pie juntillas, ya que me parece un pobre conformismo, ya que no nos planteamos ver el potencial que como humanidad podemos desarrollar. A lo largo de la historia la humanidad ha respondido a un serie de virtudes, es decir, cualidades buenas, estables y firmes en las personas que nos predisponen hacia la autorrealización, la libertad y la felicidad, que dominamos y adquirimos con nuestro esfuerzo, pero un esfuerzo autodirigido al perfeccionamiento, entendiéndolo desde el crecimiento personal y la constante mejora, persiguiendo un logro, la felicidad de las personas. En el fondo parece existir una ética que subyace al ser humano y capta la noción del buen carácter conformado por una serie de características personales positivas que Seligman, padre de la psicología positiva, denominó fortalezas. Estas nos definen a través de nuestra personalidad, recogiendo la esencia de esas grandes virtudes universales. En nuestro mapa de fortalezas personal podemos encontrarnos con el coraje o la valentía que estarían vinculadas al éxito y la consecución de metas, dirigiéndonos hacia un plan de vida. Así como la simpatía, la amabilidad y la generosidad, que nos hacen abrir los ojos a los otros, potenciando la empatía. Al mismo tiempo nos otorgan la capacidad de gestionarnos emocionalmente e incluso a través de las acciones que tenemos pensado emprender, a través de la inteligencia emocional y el autocontrol. O la apreciación de la belleza, la gratitud, el optimismo, etcétera; hasta llegar a completar un total de veinticuatro fortalezas que recogen esas potencialidades humanas que nos orientan y dirigen hacia el bienestar y la felicidad. Al desarrollar estas fortalezas podremos organizar y desarrollar mejor nuestras vidas en todas sus facetas, desde el ámbito personal, al laboral o el familiar, lo que nos hará sentir más auténticos, entrando en consonancia con nosotros mismos, como ese instrumento afinado que marca una melodía armoniosa que es nuestra vida. Volviendo a la afirmación de Stuart Mill, creo efectivamente en una humanidad capaz de crecer con la adversidad, de autorrealizarse, siempre y cuando seamos capaces de potenciar nuestras vidas a través de las virtudes y fortalezas humanas.

*PSICÓLOGO Y MIEMBRO DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE PSIOCOLOGÍA POSITIVA | @jriveroperez