Renovador de la anticuada pintura nacional, natural de Ribadesella y vinculado a Cataluña y Euskadi, Darío de Regoyos (1857-1913) estudió en Madrid y completó su formación en Bruselas con los grandes nombres de las vanguardias: Ensor, Pissarro, Seurat – bajo cuya batuta se inició en el puntillismo – Signac y el norteamericano Whistler. Recorrió Europa en busca de argumentos y participó en las colectivas abiertas en sus capitales. Conoció y alentó a los pintores vascos Ignacio Zuloaga, Francisco Iturrino, Manuel Losada, Pablo Uranga y Adolfo Guiard a los que insufló el compromiso de la modernidad frente a las ataduras académicas; se estableció en Durango y, luego, en Bilbao y Las Arenas donde, con reconocimiento interior e internacional, vivió sus últimos años. El bilbaíno Museo de Bellas Artes guarda la mejor colección del asturiano – debido al celo del que fuera su director desde 1942, Crisanto Lasterra – y, en el centenario de su muerte organizó una exposición monumental de un largo centenar de trabajos en todos los soportes y técnicas y el hilo introductor del impresionismo, movimiento que importó y difundió en España. Cedidos para la ocasión por los museos Reales de Bélgica, el parisino d´Orsay, de Arte de Cataluña y los Thyssen de Madrid y Málaga, óleos, pasteles, acuarelas, dibujos y grabados, junto a documentación original y retratos, revelan, con brillantez y exactitud, sus intereses temáticos y la evolución de su carrera.
Entre febrero y junio se muestran en el Palacio de Vistahermosa y el comisario Juan San Nicolás dividió en cuatro periodos, y otros tantos espacios, la trayectoria de Regoyos; el primero recoge la emoción del descubrimiento del paisaje; el segundo, y en la tradición nacional, secuencia estampas de la España Negra en la pauta de los barrocos y de Goya y su círculo de seguidores; frente a ésta, la parcela puntillista apunta a la personalísima interpretación de la luz y los ambientes climáticos, traducidos con pinceladas vibrantes y un variado y espléndido colorido, adaptado a las atmósferas diversas a las que se enfrentó con intuición y maestría para dejarnos sus inolvidables “paisajes con alma”, como los definió el crítico Lasterra. Aquí, y dentro de las actividades culturales de La Caixa pudimos contempla también unas excelentes telas de Regoyos en la exposición itinerante El paisaje español en la Colección Gerstenmaier, que se abre con el pulso pasional de Pérez Villaamil, a quien la crítica considera el pionero de una corriente autónoma en nuestro país.