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Don José | El piso de arriba – Por Juan Cruz y Juan Manuel Bethencourt

   

Don José

Pertenezco a la generación de jóvenes que fue acogida en el periódico El Día, junto a extraordinarios veteranos, desde Elfidio Alonso a Francisco Ayala o Eliseo Izquierdo y Juan Antonio Padrón Albornoz. Al frente de aquella nave, primero en la calle del Norte y luego en la avenida de Buenos Aires, estaba Ernesto Salcedo Vílchez, un periodista de los de antes que ahora serían tan necesarios. En la calle del Norte estuve apenas dos días; venía de La Tarde de don Víctor Zurita y de Alfonso García-Ramos y me encontré allí con una atmósfera menos abigarrada pero igual de decimonónica. En seguida nos fuimos al nuevo edificio, más iluminado a industrial, cuyas máquinas sonaban como en el preludio de un tiempo nuevo, el que ahora hay en las redacciones.

Fue en esta etapa donde conocí a José Rodríguez Ramírez, a quien siempre llamé don José. Él era, con don Ángel Cruz, la parte empresarial de aquella nave, y pronto fue don José el que guiaba el barco por ese lado. Fue él quien en un momento dado, después de que terminara Periodismo en La Laguna, me dio entrada en la nómina, como te he dicho alguna vez.

Siempre tuve con él una relación cordial y estimulante, en los tiempos de Salcedo, tan añorado, y en los suyos, así que mantuve unas colaboraciones en distintas etapas. Como en los restantes periódicos insulares donde he colaborado o colaboro, jamás cobré un céntimo por esos trabajos, pues han sido mi gratitud por el pasado y mi real gana las que han impulsado esas colaboraciones. Un día le conté a don José que, ya que colaboraba en La Provincia y este periódico inauguraba La Opinión en Tenerife, querría que se reprodujeran en el nuevo periódico los artículos que publicaba en el primero. No lo juzgó oportuno y me pareció que tampoco le pareció interesante que yo siguiera en El Día si estaba en el otro lado también. Lo sentí, era mi periódico.

Ahora que ha muerto don José querría despedirlo con este recuerdo; él fue quien primero me puso en nómina en un periódico, aquel que dirigía Salcedo, y esa fue la etapa en la que con más ilusión me aferré a este oficio. Del tiempo que siguió, y que acaba ahora, ya hablaremos otros días, si te parece.

El piso de arriba

Tengo algunas referencias, querido Juan, de esa etapa a la que aludes, aunque obviamente no estaba yo por entonces metido en estos berenjenales del periodismo. De las personalidades que citas aprecio mucho, por ejemplo, a Elfidio Alonso y Eliseo Izquierdo, a quienes trato a menudo por estas calles laguneras. También trabajé en El Día, durante año y medio entre 1994 y 1996, tras salir de La Gaceta y antes de incorporarme a la jefatura de Prensa del Parlamento de Canarias. Fue un placer, un tiempo que recuerdo con gozo, aunque, si he de ser sincero, no puedo considerarlo mi periódico, por la sencilla razón de que mis tripas, y mi alma, están regadas por otra Redacción, la de DIARIO DE AVISOS. Es por ello que me sumo a la condolencia expresada por esta casa, que es la mía, en el fallecimiento de José Rodríguez Ramírez. En sus mismos y sinceros términos. En el periódico fundado por Leoncio Rodríguez encontré a magníficos profesionales, y amigos, que me lo pusieron muy fácil por su calidad humana y profesional: Ricardo Acirón, que me fichó; Joaquín Catalán, que me consiguió aquella fecunda entrevista de trabajo; José Luis Díaz, Blanca García, Pilar Pérez Hamilton, Humberto Gonar, Sergio Lojendio, Ventura González, José Moreno, Julio Rodríguez, unos que se fueron y otros que siguen en la brecha. También Mercedes Rodríguez, hija del editor fallecido, a quien envío un abrazo y de quien siempre aprecié su compañerismo y naturalidad. Con todos ellos descubrí que El Día, pese al estruendo que ya entonces provocaban sus editoriales -que como sabes en pocas ocasiones he compartido- era un periódico como cualquier otro, repleto de buena gente comprometida con un oficio en el que todos los días comenzamos de cero. José Rodríguez era un director atípico, por su doble condición, siendo como era el propietario de la cabecera. Era, por definirlo gráficamente, un director ubicado en el piso de arriba, y eso marca una diferencia, ni positiva ni negativa, pero creo que evidente. Descanse en paz.