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Macondo y Canarias РPor Claudio Andrada F̩lix

   

Ahora que Gabriel García Márquez ha abandonado este mundo tan irreal que soportamos a diario, precisamente en estos momentos en que lo normal (alimento, techo y dignidad) se confunde con los sueños o la esperanza de los más frágiles, es en estos momentos, insisto, que me vuelve a la cabeza Cien años de soledad. Y encuentro similitudes entre Macondo y Canarias. Ambos, lugares remotos y escondidos, donde su población está presa en su fortificación de aislamiento, embobada con los inventos que traen desde más allá de las fronteras físicas los mercachifles o vendedores de humo. Como en Macondo, a las Islas llegan los mercaderes de las tierras de más allá a vendernos un mundo muchísimo mejor, ¡qué duda cabe!, siempre que estemos dispuestos a, previamente, hacernos con el saco de baratijas que acompañan el fabuloso invento que nos traen desde Europa. No, no, no piensen en la Europa de los pueblos, ni mucho menos. Lo que tratan de instalar en esta tierra son sus bases de comercio, pero, sobre todo, esa idea de un continente al que no pertenecemos geográficamente, pero que sí anhelan los que encuentran en su papel de intermediarios (como los mercaderes de García Márquez) su negocio del siglo. Por eso tratan de confundirnos enviando a una tropa de titiriteros del hambre para que socaven nuestros lícitos deseos de seguir siendo simplemente Canarias. Adornan sus propuestas de un mundo mejor, de la conquista del paraíso continental, de mejores y mayores oportunidades para nuestros habitantes, cuando en realidad lo único que proyectan es cómo vendernos más y a mayor precio los productos que sus profesionales del engaño anuncian en sus incursiones publicitarias en las Islas. Se olvidan… perdón, nos olvidamos, que nuestro pueblo ya vivía en el paraíso antes de que fuera conquistado. Probablemente sin las baratijas, sin tanta universalización y productos de última factura, pero, al fin y al cabo, en nuestro particular Macondo.
Ahora que ya pertenecemos al sueño europeo y español, sería conveniente que analizáramos si los bostezos del despertar a esta que condena que sufre nuestra ciudadanía a la miseria, el hambre y la exclusión ha merecido la pena. Si la dependencia del exterior que padecemos, no nos sitúa justo al lado de esa locura macondiana que supone desear lo que no se tiene, en lugar de valorar lo que se atesora.
Es posible que no sean tantas las diferencias entre esta tierra tan olvidada por todos (propios y ajenos) y la que imaginó García Márquez, perdidas ambas en un mundo envuelto en la palabrería del papel de regalo, pero donde el envoltorio sólo esconde la desesperación y miseria para quienes lo reciben.
Don Gabriel, descanse usted en paz, que aquí seguiremos soportando esta muerte también (y tan bien) anunciada.

claudioandrada1959@gmail.com