Ahora que Gabriel GarcÃa Márquez ha abandonado este mundo tan irreal que soportamos a diario, precisamente en estos momentos en que lo normal (alimento, techo y dignidad) se confunde con los sueños o la esperanza de los más frágiles, es en estos momentos, insisto, que me vuelve a la cabeza Cien años de soledad. Y encuentro similitudes entre Macondo y Canarias. Ambos, lugares remotos y escondidos, donde su población está presa en su fortificación de aislamiento, embobada con los inventos que traen desde más allá de las fronteras fÃsicas los mercachifles o vendedores de humo. Como en Macondo, a las Islas llegan los mercaderes de las tierras de más allá a vendernos un mundo muchÃsimo mejor, ¡qué duda cabe!, siempre que estemos dispuestos a, previamente, hacernos con el saco de baratijas que acompañan el fabuloso invento que nos traen desde Europa. No, no, no piensen en la Europa de los pueblos, ni mucho menos. Lo que tratan de instalar en esta tierra son sus bases de comercio, pero, sobre todo, esa idea de un continente al que no pertenecemos geográficamente, pero que sà anhelan los que encuentran en su papel de intermediarios (como los mercaderes de GarcÃa Márquez) su negocio del siglo. Por eso tratan de confundirnos enviando a una tropa de titiriteros del hambre para que socaven nuestros lÃcitos deseos de seguir siendo simplemente Canarias. Adornan sus propuestas de un mundo mejor, de la conquista del paraÃso continental, de mejores y mayores oportunidades para nuestros habitantes, cuando en realidad lo único que proyectan es cómo vendernos más y a mayor precio los productos que sus profesionales del engaño anuncian en sus incursiones publicitarias en las Islas. Se olvidan… perdón, nos olvidamos, que nuestro pueblo ya vivÃa en el paraÃso antes de que fuera conquistado. Probablemente sin las baratijas, sin tanta universalización y productos de última factura, pero, al fin y al cabo, en nuestro particular Macondo.
Ahora que ya pertenecemos al sueño europeo y español, serÃa conveniente que analizáramos si los bostezos del despertar a esta que condena que sufre nuestra ciudadanÃa a la miseria, el hambre y la exclusión ha merecido la pena. Si la dependencia del exterior que padecemos, no nos sitúa justo al lado de esa locura macondiana que supone desear lo que no se tiene, en lugar de valorar lo que se atesora.
Es posible que no sean tantas las diferencias entre esta tierra tan olvidada por todos (propios y ajenos) y la que imaginó GarcÃa Márquez, perdidas ambas en un mundo envuelto en la palabrerÃa del papel de regalo, pero donde el envoltorio sólo esconde la desesperación y miseria para quienes lo reciben.
Don Gabriel, descanse usted en paz, que aquà seguiremos soportando esta muerte también (y tan bien) anunciada.
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