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PADRE ANCHIETA

Los valores universales de San José de Anchieta

   
Rivero saluda al vicepresidente de Brasil, ayer en Roma. / DA

Rivero saluda al vicepresidente de Brasil, ayer en Roma. / DA

La canonización del jesuita canario José de Anchieta debe llenar de orgullo a todos los canarios, independientemente de las convicciones religiosas con las que cada cual se sienta identificado. San José de Anchieta, el padre Anchieta, defendió y practicó durante toda su vida valores que son universales, vigentes, tremendamente necesarios en nuestro siglo, y que hacen de su figura un ejemplo humano e intelectual equiparable a su talla religiosa y evangelizadora. De ahí que su canonización deba ser, y seguro que es, motivo de satisfacción para todos los canarios, sin excepción.
Anchieta fue un magnífico cronista y una persona ejemplar, capaz. Y humilde, como así lo demuestra su obra y, singularmente, el que sus cartas -se conservan más de cincuenta de las que periódicamente enviaba el jesuita lagunero desde Brasil a Roma- siempre fueran firmadas con la coletilla “el menos importante de la Compañía de Jesús”.

Daba cuenta José de Anchieta -San José de Anchieta- de las noticias y novedades en la misión evangelizadora del país al que fue enviado por la Orden, reflejando además desde los aspectos más llamativos del territorio al perseverante trabajo de los colonos, el clima, la fauna, la flora o, entre otros, los contactos directos de la población europea con los indígenas brasileños. Las cartas constituyen no solo los primeros escritos de Anchieta, sino los primeros documentos que se recibieron en Europa acerca del Brasil.

En esas cartas se trasluce también el origen canario y lagunero de San José de Anchieta, así como el paralelismo que apreció entre el crecimiento de su ciudad natal y la creación y el desarrollo de las aldeas indias de su país de acogida. Un paralelismo que se comprende al recordar que en los primeros cincuenta años de su fundación San Cristóbal de La Laguna pasó de ser un establecimiento de no más de cien pobladores a una ciudad de casi seis mil habitantes en 1552 -cuatro años después de haber marchado Anchieta a estudiar a Coimbra-; siendo así, los seis últimos años de su vida en La Laguna, de 1542 a 1548, tuvo que presenciar la efervescencia que produce una transformación semejante, que difícilmente olvidó ante situaciones parecidas como las que a menudo se encontró en Brasil.

Muchos son los episodios en la vida de este canario ejemplar en los que merece la pena detenerse. Muchas las muestras de su capacidad para afrontar con entereza y compromiso las diferentes situaciones que vivió. Muchos los estudios que confirman la valentía y entrega de este lagunero universal. Baste recordar, por ejemplo, que en su segundo año de noviciado en Coimbra José de Anchieta enfermó, y que el temor a ser despedido de la Compañía tuvo que pasársele por la cabeza y proporcionarle una profunda angustia -fue entonces cuando llegó la noticia de que se organizaba el tercer envío a Brasil de un grupo de jesuitas, a los que podían acompañar los novicios de Coimbra que se encontraban enfermos, una oportunidad que Anchieta aprovechó-. El más joven de ellos, con apenas 19 años cumplidos, era el isleño José de Anchieta. Isleño, sí. Cabe recalcar su condición de isleño como también lo hacen todos los biógrafos cuando afirman que Anchieta nada más sentir la brisa del mar comenzó a recobrar su salud, “como nacido en una isla y acostumbrado a los aires del mar” dicen.

Llama igualmente la atención la cantidad de ocupaciones que tuvo el novicio Anchieta los primeros años de su estancia en Brasil -antes de su ordenación en 1566-, y es que a su tarea como cronista se sumó también la de maestro en la escuela de Sao Paulo de Piratininga, en donde enseñaba a leer, escribir y cantar a los niños, además de impartir la doctrina cristiana. Ejerció como enfermero. Desempeñó un sinfín de tareas. Y, en lo que constituye una aportación de valor incalculable, redactó la gramática de la lengua indígena.

Desde su llegada a Brasil los padres de la Compañía sintieron la necesidad de contar con ese instrumento fundamental para poder acercarse a los naturales del país hablándoles en su propia lengua. En menos de tres años, Anchieta tuvo acabada una codificación lingüística del tupí, una especie de cartilla gramatical para el aprendizaje rápido de la lengua más usada en la costa del Brasil. Anchieta contribuyó al entendimiento de los pueblos, a la comprensión de otras culturas y a que los europeos de su época conocieran y se acercaran a los naturales del enorme territorio de Brasil en su lengua materna. A la vista está, la magnitud de su obra solo es comparable a su humildad y vocación de servicio.

Polifacético, el jesuita es también el autor de un gran poema latino, «Acerca de las gestas de Mendo de Sáa», un canto épico de más de 3.000 versos dedicado al tercer gobernador de Brasil, que había mostrado una gran admiración por la actividad misionera de la Compañía de Jesús. El poema fue publicado en Coimbra en 1563 y convierte a Anchieta en el primer poeta nacido en las Islas Canarias -también se considera el primer poema de América y el fundacional de Río de Janeiro-.

Ciertamente, a pesar de la grandeza de su vida y de su obra, la humildad fue uno de los rasgos fundamentales en la vida de San José de Anchieta, “el último de la Compañía de Jesús”. Esta característica, junto con su nacimiento en Canarias y su transcurso vital en América, lo asocian al primer santo canario, San Pedro de Betancurt -convertidos ambos por sus respectivas canonizaciones en modelos y paradigmas universales de humildad, caridad y servicio a los menos favorecidos-.

La canonización de José de Anchieta debe llenar de orgullo a los canarios, a todos, porque todos debemos tener en su capacidad, compromiso, humildad y vocación de servicio un ejemplo a seguir.