En este mayo lanzado, se cumplen treinta años del Premio Canarias de Literatura de un hombre singular que brilló en la Generación de la República, motor de la renovación cultural y de iniciativas que traspasaron los lindes isleños. Domingo Pérez Minik (1903-1989) inició su andadura en Hespérides y destacó en el núcleo fundacional y la redacción de Gaceta de Arte (1932-1936), aventura que discurrió en el animado tránsito de la II República y cayó, con las libertades que la hicieron posible, con la Guerra Civil. Actor y director vocacional con el grupo Pajaritas de papel y el Círculo de Bellas Artes, abrió el horizonte del teatro provinciano con la convicción y vehemencia con la que junto a Eduardo Westerdahl, Agustín Espinosa, López Torres y García Cabrera, apostó por el surrealismo, “una subversión frente a las manifestaciones cansinas que alcanzaron el paréntesis de entreguerras” y colgó en Tenerife la II Exposición Internacional de este movimiento. Protagonista y testigo de aquel lustro de gloria, su militancia en el Partido Socialista le costó pena de prisión en Fyffes y, luego, años de forzado silencio. Nombre destacado de la crítica, con colaboraciones en la Revista de Occidente, Insula, Triunfo, Cuadernos para el diálogo y en publicaciones de Argentina y Estados Unidos, fue un generoso y sabio animador de las letras y las artes canarias, tanto en suplementos literarios como en artículos en la prensa local.
Tuve el placer de conocerle y disfrutar de su inteligencia, agudeza y elegancia en la tertulia del desaparecido Sotomayor, en Villalba Hervás, heredera de una tradición de “tabernas y tenidas literarias”, que llegó hasta los albores de la democracia recobrada; sus recuerdos y orientaciones me fueron de gran utilidad para reconstruir y analizar la historia de Gaceta Semanal de las Artes, en la que, entre 1958 y 1965, tuvieron sitio narradores, poetas, plásticos y críticos empeñados, pese a la hostilidad o indiferencia del entorno, en recuperar el pulso de la cultura. Premiado con todas las distinciones insulares y estatales, doctor ad honorem por La Laguna y Académico de la Canaria de San Miguel, Pérez Minik y Rosa Pérez-Camacho, su cordial esposa, sonreirían irónicos o soltarían la carcajada, al saber que su calle de residencia, antes general Goded, hoy se llama “del perdón”. Diría el inolvidable escritor, enfático en su lenguaje gestual: “Vamos a ver: ¿a quién se le puede imputar tal ocurrencia? ¡Y, menos mal, Rosita, que no nos metieron en la rúa del olvido!”.