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Estragos azules – Por Indra Kishinchand López

   

Aquella vez hacía sol, de esos que pican, de esos que congelan hasta el alma más fría. Ella provenía de una tierra rodeada de mar; una inmensidad azul donde acostumbraban a tirarse todos los problemas.

Pero como bien aprendería con el paso de los años ni siquiera él era capaz de solucionar ciertos asuntos mundanos que solo podían arreglarse en la tierra; lugar del que no provenían y en el que sin embargo causaban estragos a la altura de los mejores cielos.

Marisol había estado comprometida anteriormente, con la vida, suponemos; cuando era demasiado ingenua y tal vez demasiado realista. Venían tiempos de cambio y se ató cuando en realidad andaba buscando la libertad. No hubo lamentos aquella vez, solo aprendizaje. Entendió cómo caer en el abismo.

El dolor apareció como la peor de las sorpresas y se dio cuenta que no todo dependía de ella, que había aspectos de la vida que no podía atar. Aún no sabemos qué le sucedió, pero hay veces que es mejor no forzar la memoria, que no son las palabras las que hablan; y mientras el corazón intenta salir por la boca la cabeza dicta que callen los vocablos.

Aprendió que a veces los barcos escapan de sus puertos aunque uno no decida dejarlos marchar. Y así salen a navegar hasta que se encuentran consigo mismos o se hunden. O hasta que colisionan con otros. En el mar, en su mar, confluían todas las miradas, se ahogaban todos los problemas.