Europa permanece en el astillero. Por una buena temporada no se hará a la mar. Pero pudo ser peor. Pudo haberse ido a pique. El euro se salvó de una muerte anunciada, según el anuario de la moneda única que ha dirigido el economista y consultor Fernando Fernández Méndez, que dio una teórica sobre la reforma fiscal en la Asociación para el Progreso de la Dirección. Este es unos de los sabios a los que Montoro encargó diseñar el nuevo traje tributario que ahora evita lucir; trabajó en el banco de Botín y en el Fondo Monetario Internacional, y acredita en su estudio que hubo riesgo de ruptura de la moneda única (cuando la nostálgica peseta se pavoneaba en su leyenda urbana). Pero al euro lo sacralizamos, como dijo el viernes en el desayuno de la Apd, cuando hacíamos el rendibú a la Europa comunitaria en los 80 y fardábamos de socios con carnet de club selectivo; por eso no nos paramos a verle los incisivos como si “a caballo regalado no le mires el dentado”. Votamos a esta Europa ayer, la que salvó los muebles del euro en la mar tenebrosa y vuelve a tierra desencantada de la travesía como el “marino que perdió la gracia del mar”, de Mishima. Ahora empieza otra Europa a existir, ya sin sueños de alta mar, con UKIP y Le Pen a bordo, y la amenaza, aun en tierra, de soltar lastre.
Cuenta Manuel Medina, nuestro catedrático de Derecho Internacional y exeurodiputado, tras larga remada de casi un cuarto de siglo en su “salamina” particular de las “cortes” europeas, que para el Tribunal Constitucional alemán, esta UE por la que bebemos los vientos no es un Estado federal ni una Confederación, sino un Staateverbund, según la terminología náutica del país: una ristra de buques amarrados entre sí por estachas, una cadena de eslabones indivisibles. Si una parte de un Estado se marcha (Escocia, Cataluña), sale de Europa para tener que volver a tocar la puerta y esperar. Giscard d’Estaing vetó a España (el giscardazo) en 1980 con pretextos agrícolas, y fue Miterrand con Felipe González quien quitó la tranca. El derecho de secesión en la Unión Europea (Marcial Pons, Madrid, 2014), el libro que oportunamente presenta ahora Medina, es un jarro de agua fría para Artur Mas, y ya lo leen o debieran hacerlo Juncker, Schulz y Lagarde, que es la tapada del fular en las quinielas de la Comisión Europea.