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¿Han entendido el mensaje? – Por Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca

   

Una semana después de las elecciones al Parlamento Europeo muchos dirigentes políticos no se han dado cuenta aún de los profundos efectos de estos comicios no sólo en el ámbito de la UE sino especialmente, es el caso español, en la política interna. Digo especialmente porque resulta obligado efectuar en clave nacional la lectura de los resultados electorales del 25-M, ya que las campañas de todos los partidos, sin excepción alguna, se plantearon con esa exclusiva proyección aunque formalmente la disculpa fuera europea.

Salvo contados sociólogos y politólogos, son escasos los dirigentes políticos capaces de entender la transformación experimentada por el cuerpo electoral, de la que es un buen ejemplo la inesperada y potente irrupción en el panorama político de formaciones de extrema izquierda como la populista Podemos, que ha sabido sintonizar con grupos de jóvenes y con una parte importante de las clases más empobrecidas por la crisis económica. A través de un lenguaje fresco y directo y mediante una fluida utilización de las redes sociales, las televisiones, la prensa comarcal y de barrio, las pequeñas emisoras de radio, los blog y otros medios de comunicación, Podemos ha roto esquemas y demostrado que la cercanía al votante y la novedad de los mensajes ha dejado en la obsolescencia las estrategias electorales de los partidos mayoritarios, anquilosados en viejas estructuras y en políticas tradicionales que no sirven para un mundo más dinámico e imaginativo.

Grandes masas de ciudadanos, en buena medida jóvenes, ya no se informan del acontecer diario mediante los medios más convencionales. La prensa escrita y la radio o la televisión han dejado de ser el referente obligado. Ahora también las redes sociales crean opinión, mueven conciencias y propósitos, convocan concentraciones y protestas, vigilan a los que hasta ahora -periódicos, emisoras de radio y televisión- se constituían en vigilantes exclusivos y excluyentes de la vida pública. Incluso organizan campañas muy efectivas en favor o en contra de tal o cual político o de este o aquel proyecto. Y elevan a la categoría de noticia más destacada o más denostada una frase, un gesto, cualquier cosa que se sale de lo vulgar. Conscientes de la importancia de estas redes sociales, los partidos mayoritarios las utilizan no para instruir o convencer, como sería deseable, sino para machacar a sus adversarios, para lanzar eslóganes a favor o en contra de quien convenga al aparato de poder; en definitiva, para cualquier fin espurio. El equipo de profesores universitarios que puso en marcha Podemos estableció un programa de ropaje populista -pero de imposible aplicación, sobre todo por razones económicas- próximo a las aspiraciones del ciudadano, rompedor con las prácticas caciquiles y acomodaticias de los partidos tradicionales. A éstos los encasilló bajo la denominación de “la casta” y los atacaba por los casos de corrupción, los incumplimientos electorales, los dislates, recortes y austeridades que implantaron y su falta de credibilidad.

En apenas cuatro meses, logró recoger en su beneficio buena parte del malestar social y de las viejas reivindicaciones de la izquierda extrema, de los antisistema y de los indignados en favor de unos cambios profundos en el funcionamiento diario de la política y en el modo de entender ésta a la hora de afrontar las necesidades colectivas y la urgencia de algunas soluciones. Los fenómenos sociales de rebeldía y protesta corren por internet como la sangre por las venas. Pensionistas, universitarios en paro, trabajadores desesperados y sin futuro, desahuciados, gentes que lo han perdido todo a causa de la crisis, quienes tienen algún agravio contra el establishment encarnado en los dos grandes partidos acude a las redes sociales a expresar su descontento, a atacar al sistema, a reírse de dirigentes ridículos o mentirosos, cuando no corruptos. Esa gente acude también a programas realizados exclusivamente para Internet, como los de algunos fundadores de Podemos, con Juan Carlos Monedero a la cabeza; programas financiados generosamente por el movimiento chavista y por los ayatolah iraníes, según se ha apuntado con datos en la mano.

Aun así, a pesar de las descalificaciones de los dirigentes de PP y PSOE, es muy probable que en alguna medida Podemos pueda ser considerado como heredero directo de las movilizaciones nacidas al amparo del movimiento del 15-M de 2011, que ya descolocó bastante a la dirigencia política cuando inició sus actividades en la calle y, pese a algunos excesos, se ganó las simpatías de jóvenes y mayores de distintas ideologías. Ha sido un error de los grandes partidos el ignorar el afán de cambio -y cambio profundo, nada de apariencias- que late en el seno de la sociedad española. Esos cinco millones largos de votos perdidos por PP y PSOE o el hecho de que seis de cada diez votantes de ambos no acudieran a las urnas son datos que por sí solos avalan un deseo transformador no satisfecho. Frente a estos fenómenos sociológicos de nuevo cuño y con una sociedad cada vez más crítica, ni PP ni PSOE ofrecen hoy un proyecto político ilusionante, para España o para Europa. Y lo que es peor, ante la amenaza de estas “alternativas bolivarianas influidas por algunas utopías regresivas” -como las definió Felipe González-, que pueden llegar a constituir un verdadero peligro para la democracia porque “conducen a lo de siempre” (la dictadura), ni siquiera se atisban puntos de encuentro entre las dos grandes formaciones políticas nacionales para la eventual reforma de la Constitución. Lo cual resulta absolutamente imprescindible si de verdad se quiere cambiar el rumbo del país, superar los conflictos territoriales y asentar una convivencia que combata las desigualdades sociales, favorezca la creación de empleo y cimente una política regeneracionista sobre bases éticas y morales que permitan acabar de una vez con la corrupción existente en prácticamente todos los ámbitos de poder.

Resulta sorprendente que ninguno de los dos grandes partidos previera el avance de los extremismos revolucionarios -en España sólo se han producido por la izquierda- y la peligrosa tendencia hacia la atomización política en momentos que reclamaban y reclaman aún los grandes consensos, sobre todo de los partidos de gobierno, para hacer frente a los grandes problemas nacionales. Desde todas las instancias, incluso desde el propio PP, se considera más que conveniente, imprescindible, la recuperación electoral del PSOE, llamado a liderar a la izquierda española desde posiciones de centralidad, moderación y regeneración. De este deseo deriva el interés que está suscitando la convocatoria del congreso extraordinario del partido para julio próximo, que con toda probabilidad desplazará a las primarias para alumbrar un nuevo líder que tendrá luego todas las papeletas para encabezar la candidatura socialista a las elecciones presidenciales de 2016.

El problema es que se centra más la atención en los fulanismos, en los candidatos, que en los programas y el discurso, lo que deja con escasas posibilidades a dos zapateristas irredentos, Carmen Chacón y Eduardo Madina, y probablemente eleve a los altares de la secretaría general a una Susana Díaz que nunca ha pasado por las urnas, sin mayores méritos ni enjundia política que liderar la agrupación socialista más importante de España. Sólo el profesor Pedro Sánchez parece, a día de hoy, capaz en ese reto de hacer frente a la presidenta andaluza, que estaría por ver cómo compatibilizaría dos puestos de tan alta responsabilidad. La otra incógnita pendiente se despejó ayer mismo, al reconocerse de facto que estatutariamente el Comité Federal tiene potestad para autorizar la votación directa de la militancia a la hora de elegir, junto al voto delegado, al sucesor de Rubalcaba.

Mientras el PSOE decide su futuro, el PP prepara nuevas reformas y medita su nueva estrategia para recuperar los votos perdidos -que va mucho más allá de “un problema de comunicación”, como dijo Rajoy- tras la agridulce victoria del 25-M y los pequeños partidos tratan de recolocarse, preparar sus respectivas renovaciones de dirigentes y acabar con su autismo social. El país ha entrado en una fase de inquietante y apasionante expectativa de futuro.