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Pilares – Por José Miguel González Hernández

   

No vamos a elucubrar sobre los cimientos en la fabricación de infraestructura alguna. Ni siquiera vamos a poner en funcionamiento conocimiento alguno en materia de antroponimia para estudiar el origen y significado del nombre. Lo que vamos a intentar transmitir es sobre qué y sobre quién se sustenta el actual sistema económico (y social, si me apuran) en el que nos desarrollamos y desenvolvemos. Y no creemos que nos llevemos sorpresa alguna si decimos que, simplificando mucho, the winners is: “Consumo y crédito”.
Podremos discutir si nos gusta más o menos, o si la justicia social es la que puede condicionar un mayor número de ítems. Incluso, habrá personas que se llevarán las manos a la cabeza porque no se ha puesto en primer lugar la propiedad privada y el libre mercado, pero, para no llevarnos engaños, la propiedad privada es relativamente maleable y el denominado libre mercado no es otra cosa que reglas hechas a la medida de una de las partes. Por ello, debido a las ansias para ser más competitivos o por tener estructuras más rentables, se pasa necesariamente por los pilares mencionados, no sólo siendo importante, sino esenciales.
Consumir no es gastar por gastar. Hay consumos que van aparejados a la inversión. Por otro lado, el crédito nos permite ser seres intertemporales, aplazando decisiones, con ahorros actuales a cambio de deudas en el futuro. Simplificando mucho, el ciclo vital en la actualidad está conformado por el siguiente esquema: inversión, empleo, consumo, inversión, empleo, consumo…, y así hasta que algo o alguien lo rompe, o bien de forma expansiva, o bien de forma contractiva.
Dentro de este esquema también hay que incluir la titularidad, dado que puede ser pública o privada (e incluso, mixta), al igual que el empleo, aunque sobre éste pesan también características tan importantes como son la temporalidad de la relación laboral y, obviamente, el salario que, al fin y a la postre, generará un tipo u otro de consumo.
Dependiendo de la intensidad de dicho consumo, se procederá a llevar a cabo más o menos planes de inversión, con el consiguiente arrastre que se tiene sobre el empleo, que será de más o menos calidad. Respecto al crédito, pocas (por no ser categórico y decir ninguna) opciones de inversión tienen el monto asegurado desde un inicio como para poderlo afrontar con tesorería pura y dura.
Hace falta que alguien preste como agente cofinanciador. Ese préstamo, claro está, tiene su coste, que oscila entre el precio legal gestionado a través de las instituciones reglamentarias y unos zapatos de hormigón con la posterior caída al mar si se nos ocurre ir a los mercados paralelos de dinero.
¿Y por qué le damos hoy importancia a este asunto? Porque se está intentando reanimar una economía de una grave enfermedad derivada de una crisis financiera, en la que el desapalancamiento se vuelve prioritario, aunque sería deseable no ser extremista en este asunto y poner en riesgo el metabolismo basal de la sociedad.
¿Fluye poco crédito? Fluye el que puede ser pagado según las nuevas exigencias. Ni más ni menos. Pero ¿se puede condicionar? ¡Claro!, para eso la totalidad de los contribuyentes hemos otorgado un salvoconducto. ¿Hay poco consumo? El consumo depende de la renta, y ésta tiene mucho miedo y mucha incertidumbre.
Si queremos que el sistema, este sistema, funcione, debemos facilitar el consumo; debemos establecer mejoras en el acceso a la inversión y debemos poner los instrumentos necesarios que sirvan para potenciar los niveles de contratación. Y ahí, las administraciones públicas tienen mucho que decir, debido a que son las que establecen el entorno legislativo, son las que lo aplican y son las que pueden condicionar el comportamiento sectorial de la economía. Es decir, no son un mero espectador de la realidad, sino un agente que tiene la potestad de condicionarla. Y los actores cobran por actuar, mientras que el resto pagamos la entrada.

*ECONOMISTA