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¿Por quién doblan las campanas? – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

   

Casi un millón de canarios se abstuvieron en las elecciones europeas del pasado domingo y dejaron nuestras cifras de participación electoral en menos de un 40%. Y hemos leído alguna columna desinformada e irresponsable afirmando que los habitantes de estas Islas no nos jugábamos nada en esas elecciones. Las palabras son ignorancia y mala fe. Es inaudito un comportamiento electoral semejante en un territorio híper subvencionado, que depende de los programas, los fondos, las ayudas y las excepciones europeas a nuestro favor, y que ha recibido unos 10.000 millones de euros europeos como compensación a nuestras especiales circunstancias desfavorables. Un territorio que sin Europa sufriría un brutal aumento del coste de la vida y un paralelo proceso de grave desabastecimiento.

Leopoldo Fernández lo expresaba con absoluta claridad y con contundencia en su Análisis del domingo: para Canarias Europa es su ser o no ser, y sin Europa el Archipiélago sería un páramo anclado en el Atlántico. Es más que preocupante esta desinformación de los canarios, este vivir a espaldas de nuestra realidad y este no saber ni en dónde estamos ni hacia dónde nos dirigimos. Así nos irá en el futuro. Y encima nos oponemos a un posible petróleo que podría mitigar algo nuestra precaria situación sin poner en peligro nuestro irremediable monocultivo turístico. Suicidio es la palabra. En este desastre canario destaca el patetismo de Coalición Canaria, nuestro eterno partido gobernante. Como de costumbre, se presentó junto con nacionalistas catalanes y vascos, y, como de costumbre, el voto de sus electores sirvió para que salieran elegidos dos catalanes, un vasco y ningún canario. Y eso a pesar de que, también como de costumbre, en sus papeletas únicamente figuraban sus candidatos, ocultando que el primero de ellos era, en realidad, el cuarto de la lista y el siguiente el noveno. Un derecho elemental de todo elector es saber por quién está votando, por lo que solo cabe calificar tal práctica de tropelía y de deshonestidad electoral, tolerada por la deficiente legislación española, que fomenta esta clase de picaresca.

La abstención canaria fue un reflejo de la abstención española. Hay que reconocer que nuestros políticos y nuestros partidos nos lo pusieron muy difícil a los que creemos que había que votar; a los que hicimos un llamamiento al voto responsable porque creemos que no votar no es una alternativa y no conduce absolutamente a nada. Y que la participación informada, no violenta y no sectaria, es el único camino para conseguir que en este país tengamos alguna vez una democracia digna de ese nombre. Pero no. Demasiados políticos y demasiados candidatos hicieron honor al bien ganado desprestigio de nuestra clase política, a la desconfianza o la franca animadversión que suscitan nuestros políticos. Y protagonizaron una campaña electoral en clave interna y no europea, una campaña electoral en la que, ocupados en pelearse entre sí, se olvidaron de explicarle a los ciudadanos la importancia de Europa y la transcendencia de esas elecciones, para España y, muy en particular, para Canarias.

Todo el mundo se ha apresurado a doblar las campanas por el bipartidismo y a augurar cambios sustanciales en nuestro sistema de partidos. Sin embargo, hemos de ser muy prudentes en tales vaticinios y en extrapolar estos resultados a unas elecciones generales, por ejemplo. En primer lugar, la circunscripción única hace que la proporcionalidad entre votos y escaños haya sido muy alta. En unas elecciones con circunscripciones provinciales o insulares se perderían muchos votos, descendería significativamente la proporcionalidad y los resultados tenderían a ser mayoritarios. En otras palabras, los partidos pequeños y emergentes no obtendrían tantos escaños, y los grandes no perderían tantos. Y eso teniendo en cuenta que en las elecciones europeas también se utiliza la fórmula electoral de Víctor d’Hondt, la gran desconocida e incomprendida, en contra de lo que hemos oído afirmar incluso a gente bien formada e informada, alguna candidata incluida.

En segundo lugar, la abstención en unas elecciones generales, autonómicas o locales sería muy inferior. La de ahora ha sido una abstención calculada unida a un voto de castigo, porque el electorado está instalado en la falacia de que las elecciones europeas no son importantes y se pueden hacer experimentos con ellas. Muchos abstencionistas votarán en otras elecciones, y solo una parte de los electores que han abandonado a populares y socialistas lo han hecho definitivamente. Igual que solo una parte de los votantes de los partidos pequeños o emergentes les seguirán votando. La clave del futuro de nuestra escena política está en la cuantía de esas partes.

El que las campanas doblen por el bipartidismo está por ver, aunque su fin no sería perjudicial para la democracia española, secuestrada por la partidocracia y la corrupción de populares y socialistas. Pero la irrupción descontrolada del populismo, la demagogia y la irresponsabilidad la pondrían en el grave peligro de que las campanas doblaran por ella. Y si los canarios nos empeñamos, también terminarán doblando por nosotros y por Canarias.