La abdicación, acaso no tan sorpresiva como algunos pretenden, del rey Juan Carlos ha puesto de moda el afán por inaugurar una segunda transición a una democracia más profunda, nueva. Algo que ya estaba sobre la mesa, pero que estos dÃas repiten machaconamente ex ministros de todas las tenencias, ex senadores, ex diputados… Algo tiene que cambiar, se precisan figuras de la generación del prÃncipe para acompañarle polÃticamente en su reinado. Ha llegado, una vez más, la necesidad de que gobiernen los de cuarenta. Como en tiempos de la llegada de Suárez, de Felipe González, de Aznar, de Zapatero. Ya se ha producido el abandono de la primera lÃnea de Alfredo Pérez Rubalcaba, que ha abierto una sucesión más o menos ordenada. Ahora viene otro clásico, Josep Antoni Duran i Lleida, y piensa también en abandonar el escaño en el que tan acostumbrados estábamos a verle.
Aseguraba este domingo El Periódico de Cataluña algo que viene aventándose desde hace muchos meses en los mentideros polÃticos catalanes y también en los madrileños: Josep Antoni Duran i Lleida lo deja. Quiere abandonar su puesto de número dos en la coalición de su Unió Democrática con Convergencia Democrática y, desde luego, no repetirá como portavoz parlamentario del grupo catalán en el Congreso de los Diputados. Veremos si, en el caso de que Artur Mas convoque unas elecciones plebiscitarias en torno a la independencia, Duran no acaba poniéndosele enfrente, predicando su tercera vÃa, que tan poco éxito ha tenido hasta ahora, y que supone un colchón entre la España que dicen las encuestas que apoya a Felipe VI y a la Constitución y la que sale a la calle reclamando un referéndum por la República.
Duran, pasada la sesentena de edad, es un convencido de que ha llegado una nueva etapa. Que, como dicen tantos ex ministros, exsenadores, exdiputados como se han congregado estos dÃas de noticias trepidantes, con la abdicación del rey o, antes, si usted quiere, con la muerte de Suárez, acababa definitivamente, si es que no habÃa acabado ya, la transición. Hay que propiciar nuevas ideas, buscar ‘terceras vÃas’ para el futuro. Algo de esto adelantaba ya Duran, hace años, en su libro Entre una España y la otra, una búsqueda de consensos y de entendimientos a la que nadie hizo el caso que merecÃa. Y empezó asà una especie de largo exilio interior de Duran, figura a la que todos reconocÃan una alta talla de polÃtico, pero que jamás se vio concretada en cosas más tangibles que los encuentros reservados, procurando acuerdos, con toda clase de polÃticos y empresarios en sus dependencias del hotel Palace.
Una vez pronostiqué a Duran, hace mucho, mucho, tiempo, que yo le veÃa como presidente del Gobierno de España. Se quedó de piedra. Era, claro, un vaticinio arriesgado que no podÃa cumplirse por la obcecación de tantos. Creo que podrÃa haber llegado a vicepresidente en los mejores tiempos de José MarÃa Aznar, pero lo cierto es que el entonces president de la Generalitat, Jordi Pujol, vetó ese viaje a Madrid de quien tanto ha representado a Cataluña en la capital del Reino. Asà que ni vicepresidente, ni ministro de Exteriores en lo que hubiera sido una especie de Gobierno de coalición del PP con Convergencia. Nada, porque Pujol se interpuso a aquella generosidad, bien coyuntural por cierto, de José MarÃa Aznar.
Ahora, el cÃrculo se ha cerrado. Duran no puede soportar la zafiedad del portavoz de la Generalitat, ese Francesc Homs que despacha la abdicación del Rey basándola en que lo hace para cuidar los intereses de familia. Ni puede convivir con un Artur Mas de quien piensa, lo sabemos bien quienes hemos conversado largamente con el cauto y dubitativo Duran, que va a llevar a los catalanes al suicidio colectivo. En Madrid, las voces más duras, inflexibles y equivocadas exigen que al traidor Duran le priven de su pasaporte diplomático y de su cargo de presidente de la comisión de Asuntos Exteriores en el Congreso, por su tibieza a la hora de defender la Constitución y la integridad territorial. Gran miopÃa a la hora de tratar a quien es ya el único eslabón en la frágil cadena entre el poder nacionalista de Cataluña y el resto de España. Gran dislate no amparar a un nacionalista que se confiesa no separatista, que ama a España y que podrÃa ser, en el fondo, el mejor gestor de los intereses del Reino de España en el territorio catalán, una vez que figuras como la de Miquel Roca se retiraron a rentables ámbitos privados.
Duran, el veterano Duran, se debate entre dar el último salto -enfrentarse frontalmente con Mas- o tirar la toalla. ConfÃo en que no haga del todo esto último, porque el suyo será un magnÃfico apoyo para el inminente Felipe VI, a quien ningún respaldo le va a sobrar, ni el de su padre, ya en franca retirada de casi todo, ni el de los ex presidentes González, Aznar y Zapatero -que muy poco han dicho en esta coyuntura- ni el del ya casi ex secretario general del PSOE Alfredo Pérez Rubalcaba, que tanto ha hecho, con Rajoy, por la estabilidad de la Corona.
Si yo tuviese alguna influencia cerca de Josep Antoni Duran i Lleida, que desde luego no la tengo, le pedirÃa un gesto definitivo de valor, que le eche un par y le diga públicamente a Mas lo que todos sabemos que piensa de él y de su proyecto polÃtico. Y luego, que trate de poner en marcha alguna de las soluciones intermedias que propugna, esas que no gustan a nadie, pero de las que nadie discrepa abiertamente precisamente por eso: porque son soluciones, no bravatas, ni desafÃos, ni inmovilismos irresponsables.
De momento, lo único probable es que los próximos, importantÃsimos, debates parlamentarios, ahora en torno a la ley de abdicación, sean acaso los últimos que vean a Duran como figura de primer orden en un ámbito polÃtico difÃcil de definir. ¿Quién le sustituirá, si es que tiene sustituto?