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...y no es broma>

Cita con un pretil – Por Conrado Flores

   

El pasado domingo salí del Mercado de Nuestra Señora de África ligero como una pluma. Mi nuevo carro de la compra es como un todoterreno. Cerveza, refrescos, conservas, fruta, verdura… Da igual lo que meta dentro, con un par de dedos lo muevo hasta mi casa sin el más mínimo esfuerzo. Si ves circular por Santa Cruz un carro violeta de cuatro ruedas conducido por un tipo sonriente, ese soy yo. Pillé la bajada lateral de la calle de Darias y Padrón y bajé por la rampa como un niño con un monopatín. Intenté subir por la misma acera pero la aglomeración de personas que picoteaba frente a los puestos de comida me obligó a cambiar a la de enfrente. Al final del paso de peatones mi 4×4 y yo nos encontramos con un algo inesperado: un pretil. Y frente a ese pretil que me complicaba el paso y me obligaba a levantar el peso de mi carro de la compra aunque fuera sólo unos pocos centímetros, pensé en cuántas personas con discapacidad habrían visto interrumpida su marcha en ese mismo lugar.

Mi amigo Toño, de Ademi Tenerife y la plataforma Queremos Movernos, me recordó que no se trataba tan solo de discapacitados. “Piensa en las personas mayores, aquellas que caminan solas o con andadoras”, me dijo. Cualquiera de ellas también podría tener problemas para levantar un carro como el mío. O medir mal al subir la pierna y romperse los huesos contra el suelo.

Es posible que te suene dramático pero no me lo tengas en cuenta. Un mal día, mi propio padre se convirtió en discapacitado con poco más de 40 años sin que estuviera escrito en ningún guión. Desde entonces ha pasado de no saber cómo se utilizaban los cubiertos a resolver sudokus en el balcón. En todo este tiempo no le he oído quejarse nunca de su suerte. Porque después de todo la fuerza de una persona no está en sus brazos sino en su cabeza y en su corazón. Y la gente como mi padre tiene mucho de las dos cosas.

Así que no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que si tú o yo no somos hoy discapacitados es por una simple cuestión de azar. Al menos de momento, puede que no nos hayamos caído de un andamio ni nos hayan diagnosticado una enfermedad degenerativa. Es posible que ese pretil no suponga ningún obstáculo para nosotros y ten por seguro que tampoco va a poder con una persona discapacitada. Pero si no nos ocupamos de él, algún día nos lo volveremos a encontrar en nuestro camino. Porque ancianos, con un poco de suerte, seremos todos.