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A cualquier cosa llamamos iglesia – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Si de algo no andamos sobrados en absoluto es del Espíritu de Dios. Su ausencia en la lista de nuestras prioridades, nuestra torpeza para acogerlo, la irrelevancia a la que castigamos a menudo a las verdades más grandes de nuestra fe… esta dinámica simplista a la que nos apuntamos nos desangra.

Porque la Iglesia se desinfla sin el Espíritu de Dios. No somos nada cuando pretendemos protagonizar historias al margen del dueño de la Historia. Así, nos vestimos a veces de espectros inconsistentes; en ocasiones, de simples agitadores sociales. Pero nada estamos aportando al mundo si vivimos al margen del Espíritu. Intrascendentes: ésa es la palabra que mejor define nuestro paso por esta aventura si no hacemos hueco en el día a día a la inagotable novedad del Espíritu.
Los cristianos nos somos la mejor ONG de cuantas luchan a diario para hacer de este mundo un lugar mejor; de hecho, no somos una ONG. Y tampoco compartimos la experiencia inhabitada de quienes se apuntan a la mamarrachada mística de moda, promesa siempre incumplida de levitar camino del limbo de los elegidos. Lo que somos los cristianos lo decide el Espíritu de Dios. Lo decide, lo promueve y lo consigue.

Es él quien nos hace a veces fuego y a veces abrazo. Es él quien pisa el acelerador o quien tira del freno. Es Dios mismo, su cercanía, quien alienta nuestros logros, quien impulsa nuestros atrevimientos, quien sostiene nuestro empeño de seguir esperando contra toda esperanza.

Eso es Dios para su Iglesia y para el mundo en este momento de la Historia: Espíritu, presencia, cercanía, aliento, novedad. Verdades que se viven por dentro. Sobre todo, eso: verdad. Porque no jugamos a experimentar sensaciones ni a desencadenar arrebatos místicos. Nos atrevemos a hablar del Espíritu de Dios con la serena contundencia que nos da saberle cerca. No teorizamos sobre él, lo pregonamos desde lo que hemos visto y oído.

Una Iglesia sin el Espíritu de Dios a modo de vela es un barco a la deriva. Una parroquia que sustituye su presencia por trapos y desencuentros es un contenedor de miserias varias. No podemos llamar Iglesia a cualquier cosa, por muchas cruces que nos hagamos ni por mucha parafernalia con la que revistamos el sepulcro de nuestras superficialidades. No. La Iglesia es la criatura del Espíritu de Dios, eternamente niña, eternamente de su mano. Pero perpetuamente envuelta por su aliento, acariciada por su respiración, percibiendo los cambios en sus andares, para imitarlos.

“Paz a vosotros”, es hoy el mensaje. A los cincuenta días, paz a los dentro y a los de fuera. Para siempre, paz. Y que no haya descanso cuando perdemos el norte. No llamaremos iglesia a cualquier cosa, sólo al lugar donde Dios hace de las suyas.

@karmelojph