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Decisión histórica – Por Leopoldo Fernández

   

Haciendo uso de una de las escasas prerrogativas de que dispone, el rey don Juan Carlos decidió ayer dar un paso al lado para que su hijo don Felipe le suceda como heredero de la Corona y jefe del Estado. Aunque hace tiempo esperada, la decisión del monarca vendrá a apuntalar los pilares de la Monarquía borbónica, muy quebradizos según advierten las últimas encuestas de opinión a causa de escándalos como el caso Noos, la cacería de Botsuana o las frivolidades del soberano con la divorciada princesa Corina. El relevo generacional, que sigue la senda marcada en parte por las recientes elecciones europeas, ocurre en unos momentos especialmente delicados, como así lo reflejan la crisis económica, el problema de Cataluña, la persistente desconfianza en las instituciones y el incierto futuro del PSOE -elemento fundamental para la estabilidad del sistema- y del liderazgo por despejar en este centenario partido, entre otras cosas. Con unos vientos de cambio muy acusados, un republicanismo en alza y graves problemas en el horizonte, es natural que los asesores del rey le hayan aconsejado que preste un último y generoso servicio a España contando con que la coronación del heredero podrá salir cómodamente adelante a través de una obligada ley orgánica de inmediata elaboración.

Esta debe ser ratificada por mayoría absoluta, pero la alianza PP-PSOE garantiza un respaldo muy mayoritario del Parlamento. Sería un gesto más que conveniente en estos momentos y contrastaría con la frivolidad de IUC, Podemos y otros grupos de izquierda extrema, que ya se han echado a la calle en apoyo de la III República y en demanda de un referéndum nacional, ignorando que la actual Constitución -que proclama la Monarquía parlamentaria como forma política del sistema- fue aprobada mediante plebiscito popular. Precisamente porque es así, la jura y coronación de Felipe VI deberá hacerse ante las Cortes Generales constituidas por Congreso y Senado. Aparte los errores de los dos últimos años, don Juan Carlos ha dado a España el más largo periodo de paz, libertad, estabilidad y progreso de su historia, como el propio rey apuntó en su anuncio de abdicación. Es obligado agradecérselo porque don Juan Carlos sigue siendo un líder creíble y prestigioso y un referente democrático en el concierto de las naciones. Ahora habrá que aprobar un estatus especial para él y para doña Sofía, que ha sido una reina leal, discreta, ejemplar siempre, y una esposa abnegada y modélica. Conviene asimismo recordar que el rey reina pero no gobierna, aunque todos estaremos pendientes de su primer discurso y de la sensibilidad que pueda trasladar a la opinión pública sobre los principales retos del país y el legado histórico que recibe.