Diga lo que diga sobre este tema, ya cuento con que habrá quien malinterprete lo que lee sin llegar siquiera al final del artÃculo. No es que me preocupe, pero tampoco me gusta que digan que he dicho lo que no he dicho.
El tema es que el rey Felipe VI no incluyó la celebración de una eucaristÃa en el protocolo de su proclamación como nuevo soberano. Y siendo la nuestra una monarquÃa oficialmente católica, tiempo ha faltado a algunos para llamarle cobarde e invocar la advertencia evangélica contra quienes se avergüencen de su fe.
Yo considero que su decisión ha sido la correcta. En el actual escenario de tensión generalizada y focalizada contra la Corona, es prudente elegir la máxima sobriedad en los gestos y en los mensajes. Y asà se hizo. Le ha tocado ser el rey de todos en un momento en el que el significado mismo de ese ?todos? está en entredicho y ampliamente manipulado. Destacar ahora los valores de algunos sobre los del resto no parece conveniente, aunque esos algunos sean los creyentes.
No considero que esté abdicando asà de sus creencias: está evitando serenamente convertir en un problema lo que no lo es. Evita la confrontación desde la seguridad de sus convicciones, no desde la debilidad de las mismas. Si rezó esa mañana, si hoy ha participado en la misa o si puso su vida en manos de Dios cuando le nombraban rey es algo que no sabemos ni sabremos. Forma parte de su privacidad, que es el único lugar donde verdaderamente podrá ser él mismo.
Mi visión de las cosas es muy cuestionable, evidentemente. Con todo, me inquietan más los argumentos de quienes tildan al monarca de traidor a sus principios. Dicen algunos que una monarquÃa católica ha de ser por encima de todo católica. Y que misa sÃ, caiga quien caiga.
¿Una monarquÃa católica? ¿Cómo es la cosa: que la fe se hereda entre familiares como heredan el mando los dictadores comunistas de Corea del Norte, Cuba o Venezuela? ¿Qué estamos diciendo: qué es Dios quien quiere una monarquÃa con el encargo de que su majestad cristianice a sus súbditos martillo contra infieles en mano?
Quizá lo que está en crisis es el concepto de lo que es público y católico a un tiempo. Si juntar ambas realidades significa fingir para mantener un estatus, participar en el boato sin necesidad de que el corazón se implique, entonces no es conforme a la verdad de Dios. Lo mismo que si la aconfesionalidad del Estado obliga a esconder las propias creencias para evitar los conflictos, entonces no es conforme a la Constitución que sostiene la convivencia.
Nuestra fe es pública cuando es verdadera, porque es imposible esconderla, porque su irresistible empuje no se puede ocultar. Es pública en el dÃa a dÃa, y es un instrumento de la misericordia de Dios, no un argumento que se arroja contra el otro o se utiliza para manipular los acontecimientos. Se es rey por decreto, pero no creyente por esa misma causa. Al césar lo que es del césar. Y que el césar saque a relucir su fe donde, como y cuando su conciencia le dicte en el devenir del servicio que nos presta a todos. Eso es ser católico.