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Felipe VI – Por Luis Ortega

   

Cuando se anunció la abdicación de Juan Carlos I, los ciudadanos expresaron su opinión con saludable libertad; junio se plagó de alegatos monárquicos y republicanos, manifestaciones callejeras, relatos históricos y genealógicos en doble dirección, balances de méritos y peticiones de para un “heredero preparado” o, por el contrario, para un “sistema moderno” y con referéndum previo. Con discursos opuestos sobre la oportunidad del debate, visible presencia de las minorías, votación por llamamiento y amplísima mayoría, las cámaras aprobaron la renuncia y, por consiguiente, la transmisión de la Jefatura del Estado. Se oficializó el cierre del segundo reinado más largo de la Casa de Borbón (22 de noviembre de 1975-19 de junio de 2014), sólo sobrepasado por el fundador Felipe V, que sumó cuarenta y seis años, con el paréntesis de Luis I, de enero a agosto de 1724. Mañana Felipe de Borbón y Grecia será el undécimo rey de la dinastía que, tras la Guerra de Sucesión, se instauró en 1700; y con cuarenta y seis años, el mayor al acceder al trono; supera en tres a Carlos III, que cubrió el periodo 1759-1788 y en seis a Carlos IV (1788-1808), seguidores en el ranking de edad. Proclamado en 1808 con veinte años, la invasión francesa tumbó a Fernando VII; luego, la victoria nacional echó al intruso José Bonaparte y, desde 1813, el Deseado lideró dos décadas despóticas. Con las guerras carlistas de fondo e investida a los trece años, su hija Isabel II fue derrocada tras siete lustros convulsos. El Sexenio Revolucionario -que trajo al episódico Amadeo de Saboya y la breve República Federal- acabó con el golpe de Martínez Campos que impuso la segunda restauración borbónica con Alfonso XII; ampliada por su muerte temprana, su aura romántica iluminó a su hijo póstumo y satanizó a su viuda, la regente María Cristina de Habsburgo.

Alfonso XIII fue coronado en 1902; tenía dieciséis años y llegó hasta 1931, cuando el éxito republicano en los comicios locales le llevó al exilio. Tras la muerte de Franco, los treinta y nueve años del “sucesor a título de rey” acotan el intenso capítulo vivido. Más allá de los fastos celebrados o discutidos y de las recapitulaciones onomásticas y temporales, los hechos por venir crearán las opiniones pertinentes, consolidarán las opciones enfrentadas o acarrearán sorpresas. Por eso, desde la legitimidad incuestionable de todas las sensibilidades, respetemos el útil, sensato y cortés margen de gracia concedido a cuantos acceden a responsabilidades públicas.