Decía, Valle Inclán “que los españoles echaron al último de los Borbones, no por rey, si no por ladrón”. Para mí siempre ha quedado claro que las monarquías son impuestas y hereditarias, salvo esta que estos días abdica, pues no sabemos cómo le llegó a Franco la potestad para nombrar heredero real. Pero lo hizo y se le siguió probablemente por dejar “todo atado y bien atado”. Pero ya está bien. Pasan ya cuarenta años y la corrupción aflora por todos lados, incluso en la Casa Real. La verdad es que se hace necesaria una limpieza de la vida pública. La sociedad política está en declive. El bipartidismo se estrecha para casi ser un unipartidismo, atado desde las cúpulas, que nos recuerdan aquel turnismo de Cánovas y Sagasta. Si nos planteamos, hipotéticamente, que un referéndum es la única forma de elección de las monarquías, aun así, el pueblo sigue teniendo la condición de súbdito y no de ciudadano. En la actualidad, la Casa Real no se halla en el mejor de sus tiempos. La imagen que proyecta se ha visto minada con diversos escándalos. Los hay que opinan que la abdicación de Juan Carlos I es un intentona de remozar la estropeada imagen de su contaminada familia, y la de su propia persona. Al mismo tiempo, sabido es que desde hace años, la salud del rey esta considerablemente deteriorada, tras repetidas intervenciones quirúrgicas y aquejada no ya por los años, sino por su propia vida libertina. Pienso que sería bueno poder hacer borrón y cuenta nueva, no por que no tenemos que saber la verdad. La verdad debe prevalecer y no puede nunca ser ocultada, pero debe estar ahí, para escarnio de la corte de alcahuetes que se vanaglorian de haber defendido la patria con una mano y entre tanto, con la otra, se lo han ido llevando crudo. “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Esta frase pronunciada por el rey buscaban un efecto, que ya no “caló” en la sociedad española, como era su deseo y el de sus asesores. La disculpa venía como consecuencia de una escapada a una cacería de elefantes en compañía de Corina, dama de la alta sociedad. En esa cacería tuvo un accidente en la cadera y fue operado. Al salir de la clínica pronunció esa frase que llegó a unos ciudadanos hartos de recortes y con una perdida considerable de empleo y de derechos sociales. Ese cinismo no se lo perdonará la sociedad y aun menos, los jóvenes que han tenido que abandonar su tierra en busca de un empleo. Esa será la frase que cierre un ciclo del juancarlismo. La abdicación intenta apuntalar una monarquía muy dañada y totalmente en vía del desprestigio. La historia se repite como una calcomanía.