El rey Juan Carlos ha abdicado en su hijo y todo el mundo sabe por qué ha sido. No es cosa de hurgar en heridas recientes, pero lo cierto es que el yernÃsimo ha movido fichas de ajedrez que han terminado por acorralar al titular de la corona. Altas torres, álfiles taimados y caballos traicioneros, se han confabulado para darle el jaque y poner fin a una partida que ha durado 39 años. Manejo para mis adentros algunas hipótesis que explicarÃan este final, ni previsto ni deseado.
En primer lugar, el rey Juan Carlos se teme, muy mucho, como un servidor, que el juez Castro impute a su hija, la infanta Cristina, por parecidos o similares supuestos delitos que los del marido. Y, por ello, ha decidido prestar el mejor servicio a la corona y al heredero, logrando que sea proclamado nuevo rey, limpio de polvo y paja. Para que entre en La Zarzuela más brillante que una patena.
En segundo lugar, la oportunidad de la abdicación la pintan calva: durante mes y medio, los españolitos estaremos más pendientes de los avatares de la roja, en Brasil, que de los delicados asuntos de Estado. Estaremos con los ojos puestos en los chicos de Del Bosque. Y la proclamación de Felipe VI nos cogerá algo entretenidos, por no decir despistados…
Llegados a este punto, reconoceré al monarca saliente sus muchos aciertos, sin alabarle demasiado, pues a nadie se debe alabar por hacer bien su trabajo, es decir, por cumplir con su obligación, como él ha cumplido. Quiero decir que Juan Carlos ha tenido muchos y grandes aciertos y ha cometido algunos errores, por los que tampoco vamos a tostarle en la barbacoa. Personalmente, le reprocho que no cortara por lo sano cuando supo, primero que nadie, de las andanzas del yernÃsimo. Y, en segundo lugar, que se haya ido de safari por los sures del continente africano a matar proboscÃdeos, en concreto una proboscÃdea, una elefanta, según se cuenta.
Llegados a este extremo surge la pregunta del millón, que es la que se hacen en sus casas, en la familia y en los bares, con los amigos, millones de españoles ¿monarquÃa o república? Seré sincero: mi corazón está con la república. Pero mi cerebro me la desaconseja.
En primer lugar, porque las dos que ha habido en España terminaron en desastre, especialmente la segunda, seguida de una cruentÃsima guerra civil y de una dictadura de infausto recuerdo. Además, nadie me asegura que una república nos vaya a salir más barata que una monarquÃa. Y, por último, está el asunto de la cohabitación, palabrita que tiene mucho de erótica, sobre todo de erótica del poder.
En Francia y Portugal, nuestros inmediatos vecinos, la república y la cohabitación funcionan. De tal manera que pueden convivir un jefe del Estado surgido de un partido polÃtico, con un primer ministro de otro. En España no veo a Rajoy de presidente y a Susana DÃaz de primera ministra. Tampoco a Aznar de jefe del Estado y a Rubalcaba de jefe del gobierno. O a Zapatero de presidente de la cosa republicana y a Chacón de primera ministra (¡Ay merÃa!). Menos aún veo a Mariano Rajoy de presidente de la institución republicana y a Esperanza Aguirre de primera ministra. Especialmente porque son del PP ambos…, je, je, je.
Asà que prefiero que el jefe del Estado sea neutral y no se implique más de la cuenta. Es decir, más allá de la Constitución, sea o no reformada, que lo será, sin duda. Y es ahà dónde encaja Felipe VI.
Adiós, con comedida admiración, al padre.
Mis respetos, al hijo.
El EspÃritu Santo que vele por mis sueños.
Amén.