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Margarita Torres – Por Luis Ortega

   

Fuera del precepto, ayer se celebró el Corpus Christi, que se traduce en primores públicos en distintos pueblos de Canarias y, a la vuelta de La Orotava, que ultima su espléndido tapiz de tierras del Teide, ojeé un libro que suma León a las geografías que presumen de guardar el Santo Grial, copa usada por Jesús de Nazareth en la Ultima Cena y con la que fundó la Eucaristía. La medievalista Margarita Torres, el arabista Gustavo Turienzo y el experto en arte José Miguel Ortega, declararon que el llamado Cáliz de Doña Urraca, guardado en la Basílica de San Isidoro, es la preciada reliquia. Su afirmación despertó negativas y críticas en media Europa, donde se exponen manufacturas pétreas, cerámicas o metálicas, engastadas en oro y plata y adornadas con piedras preciosas. En paralelo a los debates, la noticia empujó una corriente turística hacia el suntuoso templo leonés, que contiene joyas del antiguo reino y, ahora, “esta pieza singular”. Los Reyes del Grial, un best seller en la comunidad castellano-leonesa, relata con meticulosidad que “la copa fue entregada a Fernando I, como prueba de buena voluntad del emir de Denia (a quien lo envió el califa de la dinastía Fatimí de Egipto) para asegurar una convivencia pacífica”.

Según esta teoría, “el cáliz llegó a la capital del Nilo, procedente de Jerusalem en el siglo IV y, tras siete centurias, pasó a integrar el patrimonio real de León”. Fue tal la importancia que la piadosa doña Urraca le concedió que encargó a un anónimo orífice su sostén y ornato con sus mejores alhajas. Desde entonces permaneció en el templo palatino y, para evitar la tentación del robo, se conoció y protegió como “una de las piezas preferidas de la reina, utilizada en las grandes solemnidades”. La noticia, acogida con un amplio despliegue informativo, deja en el aire muchas cuestiones pero, también, da una versión verosímil – como en muchos otros casos – de la entrega de los árabes, para los que se trataba de una simple curiosidad, a los reyes cristianos, obsesionados en su mayoría con la colección de reliquias de la Vida, Pasión y Muerte del Nazareno. Les aseguro que es una obra hermosa, merecedora de la visita y la admiración pero, con la misma sinceridad, podría contarles y lo haré que, personalmente, he visto más de una docena de santos griales distribuidos por esos mundos de Dios, algunos con tratamientos tan artísticos y costosos como el último que entró en el curioso e ilustre catálogo, “tras años de intensas investigaciones interdisciplinares patrocinadas por la Junta de Castilla-León”.