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Melancolía optimista – Por Indra Kishinchand López

   

En los inicios de la fotografía era relativamente fácil captar una imagen; el problema provenía de la incapacidad de los expertos para fijar dicha imagen. La fotografía era entonces efímera, volátil y etérea. He de suponer que aquel hecho provocaría, a la vez y de un modo extraño, atracción, sorpresa y frustración. Mi verdadero asombro reside en otro hecho también de un carácter bastante particular. Aun hoy somos capaces de mirar nuestro pasado a través de las fotografías y sentir que alguna vez o durante algún tiempo fuimos; fuimos en nuestro hogar y en lugares lejanos; estuvimos con quienes hoy nos parecen desconocidos y sin embargo, al cerrar los ojos, recordamos perfectamente la sensación de aquel momento. Rememoramos verdad y autenticidad.

Decía Whitman “coged las rosas mientras podáis, la flor que hoy admiráis mañana estará muerta”, y entre tanto carpe diem resulta que ahora lo único que nos embelesa es nuestra esencia que agoniza. Porque, ¿qué es una imagen sino un sentimiento helado? Y así, después de todo, consiguieron fijar su querida y maldita foto, y así también fue como nos embaucaron en la aventura del mirar el pasado con ojos de presente, y ya se sabe que estas tareas solo causan melancolía. Eso sí, como bien diría García Montero, melancolía optimista.