Cuántas veces esta emoción nos incapacita o limita para realizar determinadas actividades!, porque su función es la de mantenernos alerta en una situación en la que corremos serio riesgo de dañarnos; de esta manera nos activamos. El problema que conlleva puede ser tanto sentirlo cuando la situación no lo precisa como amplificarlo ante un determinado evento. En efecto, el miedo nos lleva a dar respuestas en algunos casos desproporcionadas ante lo que está ocurriendo. Cuando llega a ser incapacitante lo llamaremos fobia.
Algunos de estos miedos tienen su origen en la infancia y, por un dejarlo estar de los padres (“ya se le pasará”), este miedo continuará hasta la edad adulta. Un ejemplo de esto lo he visto en mi hijo ante un perro pequeño y juguetón que se le acercó; una auténtica oleada de terror recorrió al niño, que inmediatamente se giró para escapar y fue a chocar con un banco de madera del parque que le produjo diversas lesiones y cortes. Estas consecuencias por su reacción ante el inofensivo perrito le llevarían a reforzar aún más, si cabe, que “aquello” es peligroso y su reacción volvería a ser desproporcionada una y otra vez.
Una forma de abordaje para mi hijo de apenas 5 años será ir acercándole al estímulo fóbico hasta que aprenda a relacionarse con él de otra manera, es decir entrar en contacto con el perrito y repetidamente constatar que no ocurre nada peligroso; ello conllevará que el niño vaya ganando seguridad en el contacto. Habrá que repetir esta acción en diferentes ocasiones, con diferentes perros y lugares, para que su sensación de controlabilidad se vaya generalizando, hasta que el niño se sienta seguro y entre, por voluntad propia, en contacto con el animal.
Queremos normalizar la relación del niño con los perros, puesto que en caso contrario quedaría cristalizada una forma problemática que se repetirá una y otra vez en la vida posterior del menor. Esto sería extensible a otras muchas situaciones de miedo en donde exista un objeto fóbico. En algunas ocasiones, estos miedos surgen al ver determinadas reacciones en nuestros padres porque, de alguna manera, los miedos de los padres se reproducen en los hijos, de ahí la importancia de cuidar la herencia emocional que dejamos.
Puede sernos útil, de igual forma, lo que en Psicología denominamos “modelado operante”, que consiste en que hagamos de modelo ante nuestro hijo de las posibles reacciones constructivas y sanas cuando el objeto o circunstancia desencadenante del miedo se presenta, para que el menor las vea y las repita.
En próximos artículos trataremos los miedos en el adulto y las técnicas de abordaje de los mismos.
*PSICÓLOGO
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