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El Mundial de Joyce – Por Pedro H. Murillo

   

Joyce tiene 14 años. Consume marihuana y está enganchada a la cocaína desde hace meses. En realidad le gusta el fútbol como a todos los brasileños, pero no se puede permitir comprar una entrada. Tal vez, solo aspire a escuchar los cánticos desde las afueras de los estadios atestados de turistas que buscan el espectáculo y, algunos el cuerpo aún en formación de Joyce. Ella es una de las miles- no hay datos oficiales- de las menores que se prostituirán durante el Mundial de Fútbol que se está celebrando en Brasil. El Gobierno de ese país lo sabe, la FIFA lo sabe y la policía protege a los cafetãos; proxenetas que tienen bajo su férula hasta un mínimo de 14 niñas y niños entre los 10 y 16 años de edad. Joyce asegura que puede realizar hasta 15 servicios al día cobrando algo más de 10 dólares. A pesar de las numerosas denuncias realizadas desde ONG como Amnistía Internacional, los organizadores del Mundial no se ha preocupado por este problema y, muy al contrario, han seguido adelanto aun conociendo que son miles los menores que serán prostituidos en las semanas que dure el torneo. La presión internacional ha sido prácticamente nula. Ninguna selección ha dejado de acudir a sus lugares de concentración y no ha habido comunicados de protesta por parte de las federaciones. Joyce está sola, a las puestas del estadio esperando como tantos menores a que salga el turista de turno que por menos de un desayuno podrá tener sexo con una menor, algo por lo que en su país de origen sería procesado y condenado a prisión. Ante las críticas nimias, entre ellas la más valiente ha sido proferida por la parlamentaria brasileña Liliam Sa, quien advierte que en Recife, en el noreste del país, uno de cada cuatro menores de prostituye sin que se tome ningún tipo de medida para paliar esta lacra inextricablemente unida al consumo de drogas y a las favelas preñadas de pobreza. Ante las acusaciones, el Gobierno brasileño se defiende argumentando que ha puesto en marcha una campaña de “pacificación” y “limpieza de las favelas y barrios conflictivos en las sedes mundialistas. Concretamente, según el Ejecutivo, se han invertido un total de ocho millones de reales, unos 3,3 millones de euros para erradicar la prostitución infantil en el Mundial. Una cantidad absurda y ridícula si la comparamos con el gasto faraónico realizado para una cita mundialista que ni siquiera los propios brasileños desean, mas preocupados por aspectos perentorios como la mejora de la sanidad o el paro. El gasto de reforma y construcción de los estadios ha superado los 8.000 millones de reales lo que supone alrededor de 2.500 millones de euros. Muchos de estos estadios se han construido como, en el caso de Manaos, en plena Amazonia, y solo serán utilizados para el torneo ya que ni siquiera existen equipos de fútbol que puedan hacer uso de las instalaciones. Considero el fútbol como un mero juego. No comulgo con los mitómanos ni con esos que los sacralizan como un sentimiento atávico. Tampoco, querido lector, tengo intención de arruinarle la cita mundialista, pero no puedo dejar de pensar en Joyce sentada en un banco esperando a que finalice el partido para comenzar su tortura.