Aclaro, antes de todo, que con el título de la presente no me refiero a la famosa y choteada frase del discurso real, ni pretendo escribir de la abdicación de Juan Carlos I. Eso lo dejo para los que saben del tema, y para los tertulianos. Hoy, aún con la resaca de la debacle futbolística del combinado nacional en las lejanas tierras brasileñas, me apetece contarles una historia personal que me llena, precisamente, de orgullo y satisfacción. Mi hijo Jorge, con apenas tres añitos -hace veinte de eso ya-, me dio una lección que nunca he podido olvidar. Una tarde en casa, jugando con el menudo, le dije para tirarle de la lengua que me gustaría que de mayor fuera médico, para que curara a sus padres cuando fueran viejitos, o aquitecto, para que construyera a la familia un chalé con piscina. Recuerdo la carita que puso entonces el niño, muy serio y atento. Pareció reflexionar unos segundos, pensativo, sin dejar de mirarme fijamente, ceñudo. Y me respondió al fin con estas palabras que tengo grabadas a fuego en mi memoria: “Papi, yo seré lo que yo quiera”. Confieso que me impresionó la reacción de mi hijo, inesperada e impropia de un renacuajo de apenas tres años. Me hizo pensar. Esa misma noche le prometí que yo le ayudaría a ser lo que él quisiera ser. Creo que no hay nada más ilusionante en la vida que tener sueños y anhelos y conseguir hacerlos realidad. La felicidad tiene que ver con eso. En los últimos veinte años de mi vida no he olvidado en ningún momento las palabras de mi hijo y su madre y yo hemos hecho todo lo posible para cumplir mi promesa, que, sin darme cuenta, se convirtió también en mi sueño, en un sueño compartido. El sábado pasado Jorge se graduó en la universidad. Tiene ahora 23 años y acaba de terminar, de forma brillante, la carrera que él quería. La graduación ha sido uno de los días más felices de su vida, pero también de la de sus padres, cómplices de su éxito y de su felicidad. Siento un orgullo y una satisfacción inmensas porque aquel renacuajo de tres añitos ha conseguido, con trabajo y sacrificio, llegar a su meta. O mejor dicho, ha logrado situarse bien en la línea de salida, porque ahora empieza su vida adulta; su vida.