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¿Otra vez? – Por Jorge Bethencourt

   

Hay quien dice que la transición solo fue posible porque una parte de los españoles empezó a estar acojonada ante el aislamiento internacional del país y la otra venía de estar cuarenta años acojonada por la dictadura. A mi me parece que, simplemente, este país fue franquista hasta que se murió Franco y demócrata en cuanto se inició el proceso que nos llevaba hasta la monarquía parlamentaria. O sea, oportunista. La sociedad española no es igual que la que existía en el tiempo de Alfonso XIII y la II República. Es un país moderno, con una economía situada entre las primeras del mundo desarrollado, integrado en la Unión Europea… Si. Pero los grandes problemas sin resolver siguen siendo, curiosamente, los mismos que hace casi cien años. El modelo de Estado. El conflicto entre monarquía y república. La ambición de soberanía de catalanes y vascos. Como si no hubiera pasado un siglo en esta España que sigue tan invertebrada como el país convulso que terminó estallando las costuras con la sangre en una guerra civil. Lo que ha matado siempre a los españoles es la compulsión. El impulso pasional, el desorden, la algarada, la fiebre romántica de cambiarlo de golpe y porrazo. Aquí, o nunca llueve o cae el diluvio universal. De la noche a la mañana la cuestión de la jefatura del Estado se ha transformado en un asunto de enjundia. Nos encontramos el debate hasta en la sopa y parece que hubiera estallado como una fiebre para acabar con un sistema que apenas lleva cuarenta años funcionando. Por supuesto que la monarquía es un fósil político. Poca gente puede negar que la sucesión genética del poder es contraria a la razón. La cuestión es que abrir un nuevo frente de desencuentro ahora mismo es una irresponsabilidad. Una frivolidad radical de quienes nunca vivieron con miedo. El desafío catalán contra el centralismo castellano va a poner al Estado español al borde de la ruptura o de la disolución traumática de la autonomía. Hace falta más calma que nunca en un país que nunca la ha tenido. Lo que mejor han hecho siempre los españoles ha sido desentenderse. Parecía que está vez todo iba a ser mejor. Pero los viejos fantasmas se levantan de sus tumbas. De nuevo la tentación del caos. Y de nuevo, otra vez, la escena preparada para un salvapatrias. Franco, desde el infierno, se debe estar descojonando.