De la pobreza de todos, aquellos tiempos en los que a la escuela pública llevaban leche y sucedáneo de chocolate, pasamos a una cierta prosperidad general. Nació una nueva clase media. La gente era modesta y ser pobre no estaba bien visto por el régimen. A los humildes no se les veÃa mucho. No tenÃan visibilidad, como dirÃa un moderno. A los mendigos y carpantas que a veces aterrizaban por las ciudades se les aplicaban las leyes contra los vagabundos y terminaban ante los famosos tribunales de orden público.
El ejército de los sin techo se hizo más evidente con la democracia. O la libertad te quita una venda de los ojos o empobrece al personal. Aquà empezaron a surgir mendigos como champiñones. En la ciudad siempre hubo tres o cuatro personajes que además de estar deschavetados parecÃan vagar sin rumbo, sin casa, sin familia. Pero, repentinamente, empezó a crecer el número de vÃctimas de la pobreza, el alcoholismo y el desarraigo.
Nuestra moderna sociedad empezó a escupir por un lado de la boca los restos del festÃn del milagro español. Mientras crecÃan las carreteras, los aeropuertos y los emporios turÃsticos, crecÃan los vagabundos. Mientras el PIB español avanzaba hacia Europa los restos de serie se iban quedando por la cuneta con los ojos estupefactos y las preguntas sin responder.
Hoy ya es difÃcil distinguir nada. Hay pibes y pibas que viven con la guitarra y el porro a cuestas como una opción vital. Hay familias de clase media que de la noche a la mañana se quedan sin trabajo y sin casa, transformados repentinamente en una nueva clase de pobres. Hemos importado mendigos de todos los rincones del mundo que vienen por aquà como los viajantes de comercio van recorriendo lugares de negocio. Hay mafias que explotan a las mujeres y niños que piden limosna. Y un ejército de gente que hace cosas extrañas en los semáforos a cambio de recoger unas monedas.
El otro dÃa observé uno de estos jóvenes extranjeros. Hoy te los encuentras por docenas en todos los rincones de la Isla. HacÃa un número de malabarismo en un semáforo. El chico habÃa llegado al cruce en una vieja bicicleta donde tenÃa su mochila. Y ambas, mochila y bicicleta, estaban atadas a una farola con una cadena. El pibe era guiri pero ya le habÃa cogido el tranquillo a esto.