Avanzaba por la vida dilapidando momentos, esquivando oportunidades de negocio para mejorar su existencia, comprando acciones cuyo valor siempre iban a la baja, gastando más amistades de las que ganaba; en definitiva, se habÃa instalado en un déficit vital crónico. Repasaba sus números, sus balances, sus esqueléticas cuentas, la hambruna permanente de las tarjetas de crédito insaciables. De pronto, y mientras autoevaluaba su auditorÃa con la cabeza entre las manos, se le iluminaba la mirada y resplandecÃa otra idea que le devolverÃa a los tiempos de esplendor.
Puro espejismo. A fuerza de creer que siempre le quedaba alguna ficha mágica para jugar a la ruleta del éxito se entrampaba cada más en la travesÃa de las relaciones sociales. Atrás quedaban los tiempos en los que, como guerrillero experimentado, aparecÃa, golpeaba y desaparecÃa sin dejar rastro de dolor, tan solo un aroma dulce que se diluÃa en el aire. Por las noches se sorprendÃa repasando sus antiguas agendas de papel, escudriñando la guÃa de su reluciente teléfono móvil o desmenuzando los correos electrónicos dentro de una operación de investigación a la caza y captura de los viejos amigos.
Finalmente, no le quedó más remedio que acudir a las entidades que financiaban la esperanza para solicitar algo más de tiempo, incluso la compra de una dosis de olvido selectivo para enmascarar algunos de sus sonoros fracasos. Con la cabeza gacha y la autoestima herida, se acercó hasta el mostrador pidiendo más crédito para darle un giro a su desnortada vida. Recogieron sus datos y le dijeron que estudiarÃan el caso.