Aquel que realmente lo conoce sabe que su debilidad tiene agujas y cristal. Quien convive con él, quien pasa tiempo a su lado, lo sabe. Y también puede intuirlo el que se fija: con el paso del tiempo, sus relojes son cada vez más grandes. Grandes o pequeños, siempre han sido parte de su historia, viviendo rodeado de ellos desde la infancia. Tic-tacs continuos, con alguna que otra alarma sin sentido (pero consentida), que parecÃan marcar el ritmo de la vida, a diferentes velocidades. Segundos, minutos, horas o dÃas. Semanas. A su vez y en su vida, también ha habido segundos que parecÃan horas, dÃas que se han pasado como si de un par de horas se tratase. Instantes, de un modo u otro, con diferentes relojes que lo acompañaban. Los de pared, los despertadores. Los que le acompañaban en el móvil, en las paradas de guagua, en el ordenador. Pero de todos, hay uno que se podrÃa entender como una prolongación de su cuerpo: el de correa. La mayorÃa de las personas asocian llevar reloj a la mano izquierda, pero él no. Su opción termina en su mano derecha, sea cual sea el reloj a llevar. Correa metálica, correa de caucho, correa de piel. Lo que sà tienen en común todos los que lleva son una cosa: la correa. Y, sin saberlo, es esa correa la que consigue que su vida se dicte a través de sus minutos, y no de los suyos propios. Ella intenta ser la dueña de su agenda, de sus momentos libres, de sus citas. Ella, que no repara en tiempos. Ella, la que le hace esclavo del tiempo. Esclavo a la hora de despertarse, a la hora de entrar a trabajar. A la hora de salir. Esclavo en dÃas de esperas, de eventos importantes. Y por muy esclavo que parezca y pueda ser, le encanta. SÃ, tal y como lees. Le encanta. Para él no todo es esclavitud, sino también placer. Por el orden, por la organización. Por saber cuánto lleva, por saber cuánto falta. Por aprovechar el tiempo, con la correa como aviso, y no como dueña. Por muy grande que sea el reloj, no implica que tenga más poder. Solo puede significar dos cosas: o la cosa va de diseño, o el hombre tiene que ir al oculista. Apuesto por lo primero…