El quería ser poeta a toda costa, y ella, musa. El trato no salió mal durante algunos años. Ellos mismos calificaban aquella relación como un convenio laboral, una asociación sin compromiso. Bien es sabido que un escritor necesita experimentar para poder producir contenido, y en aquel momento no se le ocurrió mejor fórmula. Existían juntos solo de noche, quizás porque era cuando mejor se veían, o cuando más tormentos eran capaces de recrear. A día de hoy lo recuerda con vergüenza. Producir contenido” no era su propósito; él quería ser poeta para contar soledades, pintar melancolías y, de vez en cuando, andar a rastras con la felicidad. Él quería ser poeta porque veía letras hasta en los semáforos y belleza en las aceras. Ella quería ser musa. No había más explicación. Ahora resulta que todos quieren ser versos o inspiración y utilizan la misma fórmula: contrato indefinido. Hipotecan sus vidas a base de gritos, que luego se convertirán en libros. Ahora todos quieren ser con alguien y ante su incapacidad de sobrevivir a la soledad se endeudan en relaciones de las que solo buscan salir, con otros. Ahora ya no importan ni los versos ni lo besos, solo el tiempo.