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Wolfgan Schulze – Por Luis Ortega

   

Bajo el título Wols, el cosmos y la calle, el Reina Sofía nos regaló una de las sorpresas de la década: una exposición antológica de Alfred Otto Wolfgang Schulze (1013-1951), que está entre los artistas más lúcidos y enigmáticos del siglo XX, militante del tachismo (galicismo que definió al informalismo, al expresionismo abstracto e, incluso, a la action painting) y fotógrafo que soltó los frenos y atadijos académicos e hizo del celuloide y de la realidad apresada carne de museos. Este berlinés, doctorado en rebeldías, atacó con saña al cubismo y, con procedimientos variados, creó un discurso reconocible aunque de difícil asunción por la crítica oficial y dogmática que lo condenó al limbo de los malditos. Ahora habría cumplido ciento un años y, desde su escepticismo radical, contemplaría el homenaje madrileño como un “azar curioso, como la fuga de Bach y la figura de Jesucristo”, por ejemplo.

Con los fondos del museo y préstamos temporales de otras entidades se recobró la aventura plástica de Wols, el seudónimo con el que firmó toda su obra, desde los trabajos fotográficos que acometió entre 1932 y 1938, y los dibujos, acuarelas, grabados y óleos realizados tanto en la II Guerra Mundial, como en los años posteriores que vivió con suma precariedad en Francia. Desertor del ejército nazi, fue asimismo un ácido censor de la democracia burguesa que “facilita el triunfo de los regímenes totalitarios”. Muerto a los treinta y ocho años de una intoxicación alimentaria, en los últimos cincuenta se organizó una muestra póstuma y, desde entonces, cayó en el olvido para la historiografía y el coleccionismo convencionales. Curiosamente en España -tal vez porque sus precios nunca fueron prohibitivos o tal vez porque sonó la flauta- se conserva una selecta colección de sus trabajos, puestos en valor por el comisario Guy Brett que destacó, sobre otros méritos, “la visión de la energía cósmica en sus exquisitos dibujos y fluidas construcciones, y la de la calle, la imagen cotidiana, a través de una instantánea que, por encima de las anécdotas, representa los detalles prácticos de la existencia humana”. A través de noventa obras, Wols demuestra la seguridad con la que afrontaba el reto de una tela desnuda que esperaba la materia, o la imagen tópica que suponía un canon de convivencia en la centuria de las guerras. Y para disfrutar del cosmos y la calle, sólo tenemos que seguir su consejo y mirar porque, según dejó escrito, “para ver no es necesario saber nada, excepto conmover”.