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Ahora toca salir – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

“Salió el sembrador a sembrar”, dice el Evangelio. Y ahí reside el quid de la cuestión: en salir. Los creyentes podemos dirigirnos a Dios porque él salió un día a los caminos para ponerse a tiro. Salió a sembrar. Ésa es la mejor noticia para la Humanidad entera, que todos estamos en la lista de convocados por el sembrador. Con libertad, con responsabilidad, podemos elegir ser tierra en la que repetir el milagro del encuentro personal con el creador de la Tierra.

Vivir es salir. Para el bienestar psicológico es imprescindible abrir los muros de nuestro castillo interior, de forma que los sonidos de la calle inunden nuestros juicios y modulen nuestra miope visión de la existencia. Para la salud espiritual es indispensable bucear en la aventura del silencio… y también lo es confrontar la propia vida con lo que está ahí afuera.

La Iglesia es menos de Dios cuando no sale de sí misma. De mil maneras lo repite Francisco en sus intervenciones. Las periferias del mundo, que son el lugar en el que realmente está la vida, forman parte de la vocación del cristiano: es en esos extrarradios donde se asume la anomalía de un mundo hermoso y a la vez crucificado; sumamente doliente, pero preñado de alegría. Es allá a lo lejos donde se tiene constancia de la hondura del vivir, que es ir cultivando la esperanza de que llegará una mañana de domingo en la que todos seremos consolados.

Mientras tanto, salir es la consigna. Los rostros apergaminados de la tradición vacía le temen a las afueras. Prefieren los recovecos, una caverna creada entre muchos donde en lugar de hablar se chismorrea y se asesina con las malas intenciones y el verbo irresponsable. En la Iglesia tenemos que tener cuidado de no participar de ese espíritu que se pliega sobre sí mismo, de no ser una cueva.

Y habremos de cuidarnos también para no erigirnos en jueces sobre la calidad de la tierra en la que el sembrador desparrama sus sueños. Si es arcén en lugar de camino, si es pedregal o zarzal, si es tierra buena… sólo Dios lo sabe. Y a nadie en este mundo se le ha dado potestad para condenar al barbecho a tierra alguna o para difamarla etiquetándola como desierto.

Salir, sembrar, esperar, confiar, soñar. Todo lo que se nos ha encargado a los creyentes es positivo. Aunque muchos no se han enterado, toda la tierra que nos rodea, todos los hombres y mujeres que comparten esta aventura, son tierra buena. De la mejor calidad, eso está garantizado por el mismo Dios, que la acarició con sus propias manos en aquel primer amanecer.

Que guarden silencio los malos cosechadores, esos que reniegan de sus pobres tierras porque les echan en cara las torpezas de su mal hacer. Las mañanas no son para condenar la tierra, sino para bendecirlas saliendo a sembrar.

Lo que nos toca ahora es salir sin descanso. A sembrar. “El que tenga oídos que oiga”, dice el Señor.