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Nevera vacía – Por Román Delgado

   

Este título surgió libre tras pensar en una de las canciones más amargas que he escuchado y se llama Muro, del cubano Carlos Varela (tema musical quizá más conocido por la versión que popularizó Miguel Bosé en su disco 11 maneras de ponerse el sombrero). Al rememorar parte de los estribillos de Muro, era impensable que no saliera aquello de “plato vacío”, y de ahí a nevera vacía no había casi nada, pues me atrevo a decir que, tal y como están las cosas, y más con el verano encima, vienen a significar lo mismo. Hablo de pobreza. Sí, pobreza, la que se arrima a las márgenes de los barrancos para convertir algunas cuevas en el único hábitat posible; para transformar las oquedades existentes en determinadas cuencas hidrográficas que surcan la ciudad en espacios idóneos para ver pasear ratas al atardecer, para el descanso con toda la luz y con toda la oscuridad (sin tener que pagar a Endesa) y para el ayuno casi constante, sin agua con que lavar manos ni practicar la higiene, salvo que el recurso hídrico precipitado sea tan abundante que se digne a circular por el lecho. Esto a veces ocurre, pero nunca, prácticamente jamás, en el estío. En el barranco de Santos, en su tramo final, justo por debajo de la ubicación del Hotel Escuela de Santa Cruz, el paisaje ha cambiado mucho gracias a la crisis: ha pasado de ser ámbito propio de hierbas, basuras y material inerte, más aves libres y abundantes, roedores y gatos asilvestrados, a espacio antropizado, que así se denominaba y aún se llama a los lugares donde la acción humana se hace presente. Este es el panorama en el barranco de Santos, y si ya no es el que usted se encuentre al asomarse al lecho en aquel mismo tramo final, sí fue el que se pudo fotografiar la semana pasada, con trastos mal colocados y colchones hartos de soportar sueños felices bajo techo, quizá en chalés, pisos con cuotas hipotecarias de infinito, duplex o adosados. Esta ciudad, la misma que se llama Santa Cruz de Tenerife y de la que el alcalde está tan orgulloso por ser capaz de gestionar de manera brillan la reducción de su deuda pública (el mejor ayuntamiento que lo hace de los cuatro grandes en Canarias), no hay por dónde cogerla: miras al barranco y se dibuja la pobreza, y no pasa nada o muy poco; cruzas la cuenca y tienes que sortear ratas a la luz del día brincando de una palmera a su guarida; caminas por senderos de parques abandonados y es todo un campo de minas, perdón, de cagadas apestosas; sigues y no hallas sino basura de gente guarra, y, ya muy cansado, te dedicas a lo que sólo te puede interesar… Entonces debes tener mucho cuidado porque, si no lo sabes (y siempre hay que tenerlo en mente), te has introducido en la selva, y en la selva, algo que queda de manifiesto en el cine que sirve la televisión, hay muchas fieras, urbanas, pero fieras. Esta ciudad a menudo me transporta a la canción Muro, y para ello sólo basta con salir de casa y mirar a donde se quiera. Esta ciudad, ya casi sin deuda pública local (¡mira qué bueno…!), es fea, está mal cuidada y se cae a pedazos. Da mucha lástima. Por eso tanto me acuerdo de aquello de… “sales a la calle y te vas al muro / donde siempre hay alguien / donde empieza el mar”.

@gromandelgadog